Acerca de mí

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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 29 de junio de 2020

PARA UN TALLER DE NARRATIVA.

Se acerca el día comprometido y no he escrito nada porque nada se me ha ocurrido. Esto no me es extraño, pero ahora es peor: me invitan una vez cada año y no puedo salir con que nada se me ocurrió en casi un mes de avisado. Pero juro que así ha sido.

Voy a inventar una historia, como hacen los novelistas, y capaz que escribo una novela. Pero bueno, eso de inventar es muy difícil, si no es que imposible. Todos los hipotéticos personajes y situaciones ya fueron creados. Ficción ficción yo creo que nunca ha existido; todos le inventan sobre un fondo de experiencia personal, real o imaginaria, o ajena y lejana.

Pero estas sesudas reflexiones no me sacan del apuro, pues no tengo de que escribir, aunque si tengo con qué; como moderno aspirante a narrador aceptable, estoy sentado ante una página en blanco del Word de mi computadora y los dedos me cosquillean por teclear, ya, la que pudiera ser una obra maestra.

Narraré, por supuesto que corregido y exagerado, un sueño que tuve la madrugada de hoy. No era ninguna liviandad. Yo era el personaje único y consistía en un discurso de carácter ético, lo que debe y lo que no debe ser. No era un discurso, era un diálogo con quién sabe quien, pero de tema moral. Entre dormido y despierto me levanté a lo que nos levantamos los varones mayores a esas horas, lo que resultó en que no me acuerdo de nada de tal sueño. No piensen que ya me llegó la enfermedad del alemán. Esto es normal que ocurra cuando los sueños se dan en una determinada fase del dormir; imposibles de recordar.

Sufrí por ello todo el día y las primeras horas de la noche, hasta que me cansé y desconsolado me fui a dormir. La luz que había prendido en mi cuarto desde temprano es muy bajita y con los ojos entrecerrados por el sueño, veo casi nada o menos. Pero alcancé a distinguir, con gran susto y algo de curiosidad, la silueta de un hombre sentado en la cama. Pero del otro lado, es decir, dándome la espalda al entrar yo. Parecía chaparrón, cuadradillo, de más de sesenta años, algo encorvado, melenudo de pelo gris, no desaseado pero sí descuidado, cubierto con un saco largo, antiguo, gris más oscuro que su pelo.  -¡Ayy!,- exclamé, y entonces volteó. -¡Ayy!,- otra vez, pues se parecía a Beethoven y mucho. Se me quitó el susto, aunque no la sorpresa, y alcancé a decirle:


     - Perdone señor, ¿es usted Beethoven?

Con clara molestia, quizá por mi duda expresada, me contestó en un buen español champurrado de alemán:

-        

-      Entonces, y dado que no he tomado una sola copa de vino en todo el día y que no tengo enfermedad mental demostrable, debo pensar que su presencia es real y no sólo un fantasma.

-         Sí.

-      - Ahora, señor Beethoven, debo preguntar ¿a qué debo tan inesperada y honrosa visita?, tomando en cuenta que usted debe venir del ultramundo, al que accedió hace casi doscientos años.

-            He venido a reclamar por el perjuicio que le haces a mi música.

-           -  ¿Yo?

-        Sí, tú. No sé qué diablos vienes cocinando desde hace unas semanas en uno de esos modernos y  maravillosos instrumentos que les llaman computadoras. Pero machacas y machacas, por fragmentos, mis preciosas 32 Variaciones sobre un tema propio. Y ni siquiera lo haces tú al piano; conectas un instrumento mágico donde se repiten a voluntad y por pedazos, en la versión de un rusillo, un tal Kissin, que las toca muy lentas. Y de tanto oír repeticiones de sólo fragmentos, mi hermoso trabajo fastidia a la gente y hasta a mí mismo, y eso no lo puedo tolerar. Por eso estoy aquí.

-          ¡Ah, bueno! Pero me gustaría aclarar una inquietud que ahora me surge. Si es usted el señor Ludwig van Beethoven, nacido en Bonn en 1770 y muerto en Viena en 1827, autor de esa estupenda obra que dice usted que estoy machacando, usted está absolutamente sordo y nada puede oír, ni de las variaciones machacadas ni de esta conversación.

-          -  No estoy sordo y nunca lo estuve. La sordera es un problema que reside en el cerebro y mi cerebro está en perfectas condiciones. Y no me cambies la conversación.

-         ¡Bueno, maestro! El machacamiento de sus variaciones es porque estoy preparando una presentación audiovisual, que es una manifestación que quiere ser artística, en la que se reúnen, tratando de hacerlas coincidir en su sentimiento, imágenes visuales y sonoras; lo más parecido en su tiempo era la música incidental a alguna obra de teatro y usted tiene varias piezas maestras de esas; nada más le recuerdo el Egmont. En mi caso, lo visual se subordina a la música, que es la suya, y se llamará Variaciones. Le va a gustar, si usted acepta la invitación para asistir a la presentación primera, la que podrá ver y escuchar porque no está sordo. Tendrá que dejarme dicho como encontrarlo.

-         Ya veremos. Tú sabes que tengo fama de solitario, retraído y antisocial, y no me gusta actuar en contrario. Así me siento bien. Y ahora yo te pregunto: ¿Por qué usas esa versión de Kissin, tan lenta? Cuando yo compuse eso en 1804 estaba en lo mejor de lo que ustedes han llamado mi etapa heroica, la época de la Cuarta Sinfonía, los Cuartetos Razumowsy y la Leonora. Era todo vigor y optimismo. Yo la tocaba más rápida.

-        - Ya que no puedo disponer de una versión grabada de usted, maestro, de las otras versiones que me ha escuchado, ¿cuál le gusta?

-           -  La de Murray Perahia, sin duda.

-           ¿Y la de Glenn Gould?

-         No, esa es horrible. Parece un caracol baboso y en agonía, trepando por una piedra resbalosa.

-           Señor Beethoven: ¿Por qué a esta obra magistral, compuesta cuando usted ya dijo, no le dio un número de Opus? Es como una hija de la que se avergonzara y no quisiera darle su apellido.

         - No seas tonto. Esas variaciones fueron un trabajo de prueba personal con una forma muy exigente de sabiduría e intelectualidad, más cuando es tan breve. Quería demostrarme a mí mismo lo que ya sospechaba: que yo era el mejor. No fue encargo alguno ni pensé presentarlas en concierto. Fueron para mí. No necesitaban número de Opus; todos sabrían de quien eran. Otra cosa fue con las Variaciones Diabelli casi veinte años después. ¡Qué tema tan insulso! Y que sublimación del mismo al cabo de treinta y tres, esas sí, largas variaciones. Dicen que son las mejores que hice, pero no. Tu sabes que son las Variaciones Eroica, de cuando yo era muy joven, apenas de treinta y dos años, cuando lo que reinaba en mí era el sentimiento romántico de amor por la humanidad, que tenía el derecho irrecusable a la libertad y la obligación ineludible de ejercerla. Son Prometeo desencadenado. Alguna vez supe que lloraste al escucharlas.

 

Largo silencio en una penumbra que se iluminaba con el espíritu del señor Beethoven.

-         Maestro -le dije- permítame que le ofrezca un vino que consagre este encuentro. Yo sé que usted lo preferiría verde y claro del Rhin, pero no lo tengo ahora y quizá no cayera bien por la noche y con este frío. Abriré lo mejor que tengo, un tinto de uva Tempranillo, de Valdepeñas, que tiene madera; del que tomaba El Quijote.

-        Ése ha sido el verdadero señor de todos los tiempos, Rogelio.

 

Bajé de la cava la empolvada botella y la descorché. En una linda charola la coloqué con dos sencillos vasos de un verde profundo, agregué unas olivas y un poco de queso. Cargo con ella al cuarto y al entrar, ¡órale!, Beethoven se había ido.