Acerca de mí

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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 11 de octubre de 2021

CON LA VENIA DE LOS FILÓSOFOS.





El azar y mi pasión por la música me han traído a esto de escribir del arte, oficio al parecer tan alejado de mi formación profesional. No me siento un intruso, pues lo hago desde la butaca y no desde el escenario o el escritorio del crítico profesional. Tratando de hacerlo cada vez mejor, he buscado conocer algunos aspectos técnicos y teóricos de la música.

Pero esto no basta, pues pronto se da uno cuenta que el arte es algo más que una técnica si ha de ser algo más que una artesanía. Entonces se buscan respuestas en la estética, tan huidiza como su madre, la filosofía, de nuestro pensamiento no educado. Pero hay que tratar de aprender de ella, pues es la que versa sobre la belleza y el arte.

¿El arte o las artes?, pues no tengo claro si es uno, en singular y masculino, o son varias, en plural y femenino. La catedral de Florencia es una obra de arte, como también lo son El Pensador de Rodin, Los Borrachos de Velázquez, los Veinte Poemas de Amor de Pablo Neruda, la danza de Isadora Duncan, la Sonata Apassionata de Beethoven y el filme El Acorazado Potemkin de Einsenstein. ¿Son sus semejanzas o son sus diferencias las que hacen que creaciones tan diversas sean todas obras de arte? ¿Es acaso que el arte es lo que queda cuando a sus obras se les despoja de la forma externa? ¿Qué es lo común, entonces, a todas ellas?

No parece ser la belleza, aunque no le estorba. Su presencia facilita el acceso al arte, pero es una circunstancia secundaria e imprecisa, pues parece ser la más subjetiva de las abstracciones humanas. Pero, aunque así no fuere, no todo lo bello es obra de arte; y las "pinturas negras" de Goya son feas, pero ante su presencia queda la conciencia de estar ante una obra de arte.

¿Qué es lo común al Partenón en Atenas, a las Piedades de Miguel Ángel, a los paisajes de José María Velasco, a los poemas de Federico García Lorca o a la Quinta Sinfonía de Shostakovich? Ante cualquiera de estas piezas, la mayoría de los hombres nos conmovemos y, aun sin saber por qué, afirmamos que "son" obras de arte.

Es este último verbo el que señala la condición primera común a todas ellas. Son creaturas, son seres con existencia propia y presencia física, independientes de las de su creador. Si en un cuarto con un piano estamos solos un amigo pianista y yo y él empieza a tocar la Sonata Patética de Beethoven, después del tercer compás estamos tres en la sala, mi amigo, la Patética y yo, pero no Beethoven. El arte es, primero que nada, una actividad instauradora. La ciencia investiga y modifica; el arte crea.

El arte es intencional. No se da en forma casual ni es producto de serendipia. El creador es un experto dominador de las técnicas; no hay fortuna en su creación, hay trabajo. Y el creador es siempre un hombre, pues no hay arte de la naturaleza. Es obra de arte un árbol bonsai que el paciente artista japonés ha formado en muchos años. No es obra de arte el altivo roble que imponente y bello crece en una verde ladera. Como no es obra de arte el glorioso paisaje de un atardecer en el campo, pero sí lo es el Molino de Rembrandt. Los pájaros no cantan con arte; Vivaldi y Beethoven, cuando los imitan en sus orquestas, sí.

El arte no es utilitario. A nadie le ha servido que exista la música de Chopin, que Murillo haya pintado muchas Asunciones, que Juana de Asbaje haya escrito sus Décimas, que exista el decorado de la Capilla Sixtina por Miguel Ángel o la Victoria de Samotracia. El arte no sirve para nada, es suntuario, y en esto se parece al juego, aunque el juego se agota en hechos que no crean ninguna entidad establecida. Se dirá que el Golden Gate Bridge, ese hermoso puente que cruza sobre la bahía de San Francisco, es una obra de arte utilitaria. Lo utilitario es el puente, como cualquier otro, no el Golden Gate Bridge, que es único. Es una obra de arte en un objeto que sirve; están unidos, pero con razones de ser distintas.

El arte se percibe primeramente por los sentidos, es sensual, es emotivo y la razón, contrariamente a lo que sucede con la ciencia, estorba para su aprehensión, por lo menos en un principio. El arte no se entiende, se siente. El conocer los detalles de la técnica o el programa motivacional ampliará el campo sensual, pero el fenómeno estético siempre será emocional, no intelectual.

Finalmente, el artista en cada obra expresa su convicción filosófica. Ninguna de sus creaciones está huera de ideología, todas conllevan un mensaje. Si así no fuera, por eso solo se descalificaría como obra de arte y, si acaso, se situaría como una pieza de artesanía.

Estos son los puntos de comunión de las artes. Las diferencias parecen ser tan numerosas como las coincidencias. Los lenguajes son distintos y a todos nos llega más uno que otro; pero como receptores, enriqueceremos nuestra emoción cuando seamos capaces de percibir en un arte, el vocabulario de otro. ¿Podremos afirmar, ante la pintura incendiaria de un mar al ponerse el sol, que es en verdad una sinfonía en rojo mayor? ¿Tiene color la música? ¿Se puede alabar el arabesco de un soneto, la arquitectura de una sonata o el ritmo de un edificio? Estas son preguntas para otra ocasión de divagar.