El azar y mi pasión por la música me han traído a esto de escribir del arte, oficio al parecer tan alejado de mi formación profesional. No me siento un intruso, pues lo hago desde la butaca y no desde el escenario o el escritorio del crítico profesional. Tratando de hacerlo cada vez mejor, he buscado conocer algunos aspectos técnicos y teóricos de la música.
Pero esto no basta, pues pronto se da uno
cuenta que el arte es algo más que una técnica si ha de ser algo más que una
artesanía. Entonces se buscan respuestas en la estética, tan huidiza como su
madre, la filosofía, de nuestro pensamiento no educado. Pero hay que tratar de
aprender de ella, pues es la que versa sobre la belleza y el arte.
¿El arte o las artes?, pues no tengo claro
si es uno, en singular y masculino, o son varias, en plural y femenino. La
catedral de Florencia es una obra de arte, como también lo son El Pensador de Rodin, Los Borrachos de Velázquez, los Veinte Poemas de Amor de Pablo Neruda,
la danza de Isadora Duncan, la Sonata
Apassionata de Beethoven y el filme El
Acorazado Potemkin de Einsenstein. ¿Son sus semejanzas o son sus
diferencias las que hacen que creaciones tan diversas sean todas obras de arte?
¿Es acaso que el arte es lo que queda cuando a sus obras se les despoja de la
forma externa? ¿Qué es lo común, entonces, a todas ellas?
No parece ser la belleza, aunque no le
estorba. Su presencia facilita el acceso al arte, pero es una circunstancia
secundaria e imprecisa, pues parece ser la más subjetiva de las abstracciones
humanas. Pero, aunque así no fuere, no todo lo bello es obra de arte; y las
"pinturas negras" de Goya son feas, pero ante su presencia queda la
conciencia de estar ante una obra de arte.
¿Qué es lo común al Partenón en Atenas, a las Piedades
de Miguel Ángel, a los paisajes de José María Velasco, a los poemas de Federico
García Lorca o a la Quinta Sinfonía
de Shostakovich? Ante cualquiera de estas piezas, la mayoría de los hombres nos
conmovemos y, aun sin saber por qué, afirmamos que "son" obras de
arte.
Es este último verbo el que señala la
condición primera común a todas ellas. Son creaturas, son seres con existencia
propia y presencia física, independientes de las de su creador. Si en un cuarto
con un piano estamos solos un amigo pianista y yo y él empieza
a tocar la Sonata Patética de
Beethoven, después del tercer compás estamos tres en la sala, mi amigo, la Patética y yo, pero no Beethoven. El
arte es, primero que nada, una actividad instauradora. La ciencia investiga y
modifica; el arte crea.
El arte es intencional. No se da en forma
casual ni es producto de serendipia. El creador es un experto dominador de las
técnicas; no hay fortuna en su creación, hay trabajo. Y el creador es siempre un
hombre, pues no hay arte de la naturaleza. Es obra de arte un árbol bonsai que
el paciente artista japonés ha formado en muchos años. No es obra de arte el
altivo roble que imponente y bello crece en una verde ladera. Como no es obra
de arte el glorioso paisaje de un atardecer en el campo, pero sí lo es el Molino
de Rembrandt. Los pájaros no cantan con arte; Vivaldi y Beethoven,
cuando los imitan en sus orquestas, sí.
El arte no es utilitario. A nadie le ha
servido que exista la música de Chopin, que Murillo haya pintado muchas Asunciones, que Juana de Asbaje haya
escrito sus Décimas, que exista el
decorado de la Capilla Sixtina por Miguel Ángel o la Victoria de Samotracia. El arte no sirve para nada, es suntuario, y
en esto se parece al juego, aunque el juego se agota en hechos que no crean
ninguna entidad establecida. Se dirá que el Golden
Gate Bridge, ese hermoso puente que cruza sobre la bahía de San Francisco,
es una obra de arte utilitaria. Lo utilitario es el puente, como cualquier
otro, no el Golden Gate Bridge, que
es único. Es una obra de arte en un objeto que sirve; están unidos, pero con
razones de ser distintas.
El arte se percibe primeramente por los
sentidos, es sensual, es emotivo y la razón, contrariamente a lo que sucede con
la ciencia, estorba para su aprehensión, por lo menos en un principio. El arte
no se entiende, se siente. El conocer los detalles de la técnica o el programa
motivacional ampliará el campo sensual, pero el fenómeno estético siempre
será emocional, no intelectual.
Finalmente, el artista en cada obra
expresa su convicción filosófica. Ninguna de sus creaciones está huera de
ideología, todas conllevan un mensaje. Si así no fuera, por eso solo se
descalificaría como obra de arte y, si acaso, se situaría como una pieza de artesanía.
Estos son los puntos de comunión de las
artes. Las diferencias parecen ser tan numerosas como las coincidencias. Los
lenguajes son distintos y a todos nos llega más uno que otro; pero como
receptores, enriqueceremos nuestra emoción cuando seamos capaces de percibir en
un arte, el vocabulario de otro. ¿Podremos afirmar, ante la pintura incendiaria
de un mar al ponerse el sol, que es en verdad una sinfonía en rojo mayor?
¿Tiene color la música? ¿Se puede alabar el arabesco de un soneto, la arquitectura
de una sonata o el ritmo de un edificio? Estas son preguntas para otra ocasión
de divagar.