Trepando escaleras...
¡¿Qué?!
Hembra y machos
Tratando de escapar
Trepando escaleras...
¡¿Qué?!
Hembra y machos
Tratando de escapar
RM -
Buenas tardes, auditorio virtual. Bienvenidos a este único Coloquio
Transtemporal de los Tres Príncipes Mayores de la Música Barroca: los grandes
maestros Antonio Vivaldi (AV), Juan Sebastián Bach (JSB) y Jorge Federico
Handel (JFH). Participan, además, Merlín (MERLÍN) el mago más antiguo y
poderoso sobre la tierra, todavía vivo y entre nosotros, y yo (RM), que
conduciré el coloquio. Los maestros han accedido a ser transportados hasta este
continente y viajar cuatrocientos años delante de su tiempo por las artes de la
magia, ¿blanca o negra?, de Merlín, que será testigo de honor de esta nunca
vista ni soñada entrevista. No diré cómo será el coloquio, mejor que vaya
siendo.
RM
- Maestros,
los tres mayores genios músicos barrocos, estamos muy agradecidos con ustedes
por acceder a platicar, entre ustedes, para nosotros.
JFH - Músicos ¿qué?,
dijiste.
RM - “Músicos
barrocos”, maestro.
JFH - Compañeros,
¿ustedes sabían que éramos de esos?
AV
y JSB -
¡No!
RM
-
Bueno, llamamos así a los artistas que hicieron arte en el período barroco de la
historia. Para la música es entre los años 1600 y 1750.
JSB
- Y ¿quien fijo esas tajantes fechas?
RM
– No sé
quien, pero fueron el 1600 por la composición de la primera ópera y el 1750 por
el año en que murió usted, maestro Bach.
JSB
- ¡Ahh!,
y ¿por qué?
AV- Yo había muerto
nueve años antes.
JFH
– Y
yo morí nueve después. Por cierto, Antonio, ¿para qué diablos vienes
cargando tu violín?
AV – Tú sabes que yo he
sido el compositor más prolífico de conciertos para violín, más de doscientos, y
con ellos cimenté la forma concerto.
Desde vivo, nunca abandonaba mi instrumento, ni para comer, no fuera a ser que
ahí se me ocurriera otro concierto. Ahora me hubiera sentido muy inquieto sin
él.
RM
– Bueno
maestros, a lo que venimos. Es muy difícil describir las características del
arte barroco, pero el hecho es que ahora así los conocemos a ustedes, y como
primera pregunta mía: ¿hay algún carácter general de la música que ustedes
compartieran y que no se usara antes del 1600?
Silencio
nervioso por unos momentos.
RM – Maestro Bach…
JSB – Tajantemente,
NO, pero es cierto que nosotros enriquecimos eso que ustedes llaman armonía.
Bueno … Antonio ya usó el término en una colección de conciertos muy ambiciosa
que llamó Cimento de la invenzione y la armonía.
Consiste en el enriquecimiento sonoro de la melodía. Cualquier melodía puede
ser fea o hermosa, pero siempre es simple. Se enriquece de sentimiento con los
adornos que los sonidos simultáneos le agregan, siempre y cuando no la
estorben.
JFH – Es cierto lo
que dice Juan Sebastián, y sobre todo en su caso. Sus melodías siempre me
parecieron pobres y con poco chiste. Pero su prodigiosa capacidad armónica, de
magnitudes matemáticas casi inconcebibles y de concepto abstracto, las
convierte en magníficas. Lo opuesto es Antonio. Sus melodías son hermosas,
cálidas, luminosas y exultantes como los mares que circundan a Italia; las
adorna tanto, con armonías tan complejas, casi siempre en tono mayor, que se
pierden en aras de la armonía. Yo creo que el público de entonces, no sé el de
ahora, disfrutaba más a Vivaldi por sus complejas armonías que por sus hermosas
melodías.
AV
– Pues
te diré, Jorge, el público italiano de entonces era el mejor y el más conocedor
del mundo y la ópera italiana fue la gran impulsora de la melodía hermosa. Es
cierto que nosotros, lo que hicimos, fue enriquecerla, pero nuestras melodías
fueron siempre las más hermosas. Tú eres un caso especial, Jorge Federico.
Naciste en Alemania del norte, como Juan Sebastián, de una familia que para
nada le interesaba la música. Te habían destinado al Derecho. No se como te
llegó el gusto por la música, pero lo defendiste a capa y espada, aún cuando tu
padre te envió a Italia a la escuela de Leyes. Pero se equivocó y te puso en el
lugar para que más te gustara la música. Y fuiste un músico italiano, luminoso
y exultante, y te da por ir a Inglaterra, donde son lerdos para la música.
Claro que pronto fuiste el campeón del lugar. Algo te influyeron sus ambientes
nebulosos, pero hacías hermosa ópera italiana y supremos oratorios alemanes.
Pero tu música no tiene la riqueza armónica de Juan Sebastián ni la mía.
JFH - Es cierto, pero
es que entre Juan Sebastián y tu, prácticamente habían agotado las
posibilidades armónicas. Recuerda que Juan Sebastián dejo inconclusa una obra
porque el mismo ya no supo cómo continuarla completando las armonías que había
iniciado. Pocos años, pero yo soy posterior a ustedes y poco me dejaban; producían tanta obra como conejitos las conejas.
JSB - Yo no te
critico, Jorge Federico; por el contrario, te admiro. Supiste hacer una
síntesis, sabia y hermosa, de la ligereza italiana y la gravedad germana y
abordaste géneros “prohibidos”, unos para Antonio y otros para mí. Tus óperas
son piezas cumbre del género de tu época y de épocas posteriores, pero tus
conciertos quedan muy lejos de los de Antonio y los míos. Quizá tu sublimación
se dio en los oratorios, de los cuales, las cumbres universales y de todos los
tiempos son mi Pasión según Mateo y tu El
Mesías.
JFH - D’accord, maestro, pero sólo en parte.
RM
– Maestros,
¿hay en su obra magnífica alguna motivación superior? ¿Me doy a entender?
JSB – Yo digo
primero: Yo tuve siempre una motivación superior, desde niño, cuando aprendí
la música, y hasta mi muerte, cuando dejé de hacerla. Esa motivación fue el
Señor. Toda mi obra está dedicada a la gloria de Dios, el dios cristiano como
lo concibe la religión luterana. La mitad de mi obra es religiosa y la otra es
profana; pero esta también ésta dedicada a exaltar la gloria de Dios.
AV
– Yo
fui sacerdote católico al tiempo que profesional de la música. Esta la
aprendí desde pequeño y mi motivación para hacer música siempre fue la
música misma, antes que cualquier dios. Ustedes saben que prácticamente no
ejercí como sacerdote. Apenas graduado, dejé de hacerlo para dedicarme, “en
cuerpo y alma”, a hacer música, por ella misma, y enseñarla a mis pupilas
del Ospedale della Pietà en mi amada Venecia. Y aclaro, pues muchas
dudas surgieron al respecto: cuando dejé mi patria para ir a Viena fue buscando
nuevos horizontes para mi música, que cada vez gustaba menos en Venecia. La
ópera crecía en recursos y popularidad y era mejor en Viena. Fui allá para
aprenderla y hacerla yo. No me fue bien y finalmente allá morí, solo e ignorado.
JFH – Mi caso es
distinto. Yo nací y crecí en Alemania, aprendiendo la música por mí mismo y a
escondidas. Cuando llegué a Italia, joven y ambicioso, se me abrió el mundo de
la música toscana, de ricas melodías y mayores méritos armónicos. Era
deslumbrante su luz y color y todo esto lo quise hacer mío, y creo que lo
conseguí. Pero también me di cuenta de lo que acaba de decir Antonio: ya se
abrían otros horizontes, pero había que buscarlos más allá de Alemania, cuya
rigidez bachiana no los toleraría. Viena ya estaba muy competida e
Inglaterra era una verdadera tierra de promisión para todos, por sus propias limitaciones en la música y por su espíritu liberal manifiesto. Allá
me fui, pero reconozco que mis motivaciones, primeras y finales, fueron la
fama, la gloria y el dinero. Todas las conseguí y se me sepultó, a solicitud
mía, en la abadía de Westminster, nada menos.
RM
– Maestro,
¡debe haber sido una proeza sacarlo de ahí para estar aquí y ahora!
MERLÍN
– Fue
fácil para mí, Rogelio, no te preocupes. E igual lo regreso ahora para allá.
RM
– Maestros,
una última pregunta, pues mis modernas capacidades no me dan para seguir
alternando con ustedes en este inolvidable coloquio. En este siglo XXI muchos
nos preguntamos sí en esa primera mitad de siglo XVIII, durante la cual los
tres estaban activos y en plenitud, ¿se conocían, tenían correspondencia, se
imitaban, se copiaban o se criticaban? Maestro Bach…
JSB – Nunca nos
conocimos físicamente, pero sabíamos de nosotros, podíamos disponer de las
partituras de las obras de los demás. Antonio y yo manteníamos
correspondencia; me envió algunos de sus conciertos para violín y me autorizó
para que los transcribiera para clave, cuerdas y continuo. Son magníficos,
los originales y mis transcripciones.
AV
– Coincido
con Juan Sebastián. Yo podía conocer la obra de los otros, pero nunca me
interesó profundizar en ella. Trabajaba yo tan a gusto con mi música
toscana, que nunca quise.exponerla a que cambiase por influencias ajenas. Estas eran magníficas, pero nunca las tomé para mí.
JFH – A esta pregunta de Rogelio, le contesto que mi postura era intermedia entre las opiniones de mis amados
colegas, que ahora tengo la fortuna de conocerlos “en vivo”. La podría resumir
en una frase que me encontré accidentalmente en este viaje, esotérico y virtual,
a través del tiempo y el espacio. Fue vertida por un tal Juan Villoro, perdedor en
un concurso reciente de literatura, que no se usaban en nuestra época; aplica a
nosotros en la nuestra: “Los autores estamos al tanto los unos de los otros, a
veces más de lo que conviene”.
AV
– ¿Ya
terminamos, Rogelio? ¡Ya me cansé!
RM
– Yo también
maestro. Gracias a los tres por haber estado aquí y ahora, y si Merlín nos ayuda y ustedes
están de acuerdo, repetiremos la experiencia. ¡Abur!