Acerca de mí

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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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jueves, 8 de octubre de 2020

INTERMEZZO 3. DE LA FLORA SILVESTRE Y URBANA EN MI COLONIA


Hace años que procuro caminar a diario por las calles de mi colonia o las cercanas a mi hospital de trabajo para mantenerme en buena forma física, evitando así el anquilosamiento a mis buenos años de edad. Esta costumbre se ha reforzado en los últimos meses en que hemos permanecido en reclusión por motivo de la pandemia de COVID-19. Siempre salgo con teléfono en la bolsa, por lo que se ofrezca; lo que se ofrece con más frecuencia es hacer fotografías de hermosas flores, auténticamente silvestres, que se me atraviesan en las calles, banquetas y bardas que recorro. La colección ya es grande y ahora quiero compartirla, por lo menos parcialmente y poco a poco. Me parece una obligación con los amigos.





                                                                                       










Trepando escaleras...











¡No es pared, es piso del arroyo de una calle!










¡¿Qué?!









Hembra y machos












Tratando de escapar























¡ Guauu!!!

Hasta la próxima.





lunes, 5 de octubre de 2020

COLOQUIO BARROCO

 



RM - Buenas tardes, auditorio virtual. Bienvenidos a este único Coloquio Transtemporal de los Tres Príncipes Mayores de la Música Barroca: los grandes maestros Antonio Vivaldi (AV), Juan Sebastián Bach (JSB) y Jorge Federico Handel (JFH). Participan, además, Merlín (MERLÍN) el mago más antiguo y poderoso sobre la tierra, todavía vivo y entre nosotros, y yo (RM), que conduciré el coloquio. Los maestros han accedido a ser transportados hasta este continente y viajar cuatrocientos años delante de su tiempo por las artes de la magia, ¿blanca o negra?, de Merlín, que será testigo de honor de esta nunca vista ni soñada entrevista. No diré cómo será el coloquio, mejor que vaya siendo.

RM - Maestros, los tres mayores genios músicos barrocos, estamos muy agradecidos con ustedes por acceder a platicar, entre ustedes, para nosotros.

JFH - Músicos ¿qué?, dijiste.

RM - “Músicos barrocos”, maestro.

JFH - Compañeros, ¿ustedes sabían que éramos de esos?

AV y JSB - ¡No!

RM - Bueno, llamamos así a los artistas que hicieron arte en el período barroco de la historia. Para la música es entre los años 1600 y 1750.

JSB - Y ¿quien fijo esas tajantes fechas?

RM – No sé quien, pero fueron el 1600 por la composición de la primera ópera y el 1750 por el año en que murió usted, maestro Bach.

JSB - ¡Ahh!, y ¿por qué?

AV- Yo había muerto nueve años antes.

JFH – Y yo morí nueve después. Por cierto, Antonio, ¿para qué diablos vienes cargando tu violín?

AV – Tú sabes que yo he sido el compositor más prolífico de conciertos para violín, más de doscientos, y con ellos cimenté la forma concerto. Desde vivo, nunca abandonaba mi instrumento, ni para comer, no fuera a ser que ahí se me ocurriera otro concierto. Ahora me hubiera sentido muy inquieto sin él.

RM – Bueno maestros, a lo que venimos. Es muy difícil describir las características del arte barroco, pero el hecho es que ahora así los conocemos a ustedes, y como primera pregunta mía: ¿hay algún carácter general de la música que ustedes compartieran y que no se usara antes del 1600?

Silencio nervioso por unos momentos.

RM – Maestro Bach…

JSB – Tajantemente, NO, pero es cierto que nosotros enriquecimos eso que ustedes llaman armonía. Bueno … Antonio ya usó el término en una colección de conciertos muy ambiciosa que llamó Cimento de la invenzione y la armonía. Consiste en el enriquecimiento sonoro de la melodía. Cualquier melodía puede ser fea o hermosa, pero siempre es simple. Se enriquece de sentimiento con los adornos que los sonidos simultáneos le agregan, siempre y cuando no la estorben.

JFH – Es cierto lo que dice Juan Sebastián, y sobre todo en su caso. Sus melodías siempre me parecieron pobres y con poco chiste. Pero su prodigiosa capacidad armónica, de magnitudes matemáticas casi inconcebibles y de concepto abstracto, las convierte en magníficas. Lo opuesto es Antonio. Sus melodías son hermosas, cálidas, luminosas y exultantes como los mares que circundan a Italia; las adorna tanto, con armonías tan complejas, casi siempre en tono mayor, que se pierden en aras de la armonía. Yo creo que el público de entonces, no sé el de ahora, disfrutaba más a Vivaldi por sus complejas armonías que por sus hermosas melodías.

AV – Pues te diré, Jorge, el público italiano de entonces era el mejor y el más conocedor del mundo y la ópera italiana fue la gran impulsora de la melodía hermosa. Es cierto que nosotros, lo que hicimos, fue enriquecerla, pero nuestras melodías fueron siempre las más hermosas. Tú eres un caso especial, Jorge Federico. Naciste en Alemania del norte, como Juan Sebastián, de una familia que para nada le interesaba la música. Te habían destinado al Derecho. No se como te llegó el gusto por la música, pero lo defendiste a capa y espada, aún cuando tu padre te envió a Italia a la escuela de Leyes. Pero se equivocó y te puso en el lugar para que más te gustara la música. Y fuiste un músico italiano, luminoso y exultante, y te da por ir a Inglaterra, donde son lerdos para la música. Claro que pronto fuiste el campeón del lugar. Algo te influyeron sus ambientes nebulosos, pero hacías hermosa ópera italiana y supremos oratorios alemanes. Pero tu música no tiene la riqueza armónica de Juan Sebastián ni la mía.

JFH - Es cierto, pero es que entre Juan Sebastián y tu, prácticamente habían agotado las posibilidades armónicas. Recuerda que Juan Sebastián dejo inconclusa una obra porque el mismo ya no supo cómo continuarla completando las armonías que había iniciado. Pocos años, pero yo soy posterior a ustedes y poco me dejaban; producían tanta obra como conejitos las conejas.

JSB - Yo no te critico, Jorge Federico; por el contrario, te admiro. Supiste hacer una síntesis, sabia y hermosa, de la ligereza italiana y la gravedad germana y abordaste géneros “prohibidos”, unos para Antonio y otros para mí. Tus óperas son piezas cumbre del género de tu época y de épocas posteriores, pero tus conciertos quedan muy lejos de los de Antonio y los míos. Quizá tu sublimación se dio en los oratorios, de los cuales, las cumbres universales y de todos los tiempos son mi Pasión según Mateo y tu El Mesías.

JFH - D’accord, maestro, pero sólo en parte.

RM – Maestros, ¿hay en su obra magnífica alguna motivación superior? ¿Me doy a entender?

JSB – Yo digo primero: Yo tuve siempre una motivación superior, desde niño, cuando aprendí la música, y hasta mi muerte, cuando dejé de hacerla. Esa motivación fue el Señor. Toda mi obra está dedicada a la gloria de Dios, el dios cristiano como lo concibe la religión luterana. La mitad de mi obra es religiosa y la otra es profana; pero esta también ésta dedicada a exaltar la gloria de Dios.

AV – Yo fui sacerdote católico al tiempo que profesional de la música. Esta la aprendí desde pequeño y mi motivación para hacer música siempre fue la música misma, antes que cualquier dios. Ustedes saben que prácticamente no ejercí como sacerdote. Apenas graduado, dejé de hacerlo para dedicarme, “en cuerpo y alma”, a hacer música, por ella misma, y enseñarla a mis pupilas del Ospedale della Pietà en mi amada Venecia. Y aclaro, pues muchas dudas surgieron al respecto: cuando dejé mi patria para ir a Viena fue buscando nuevos horizontes para mi música, que cada vez gustaba menos en Venecia. La ópera crecía en recursos y popularidad y era mejor en Viena. Fui allá para aprenderla y hacerla yo. No me fue bien y finalmente allá morí, solo e ignorado.

JFH – Mi caso es distinto. Yo nací y crecí en Alemania, aprendiendo la música por mí mismo y a escondidas. Cuando llegué a Italia, joven y ambicioso, se me abrió el mundo de la música toscana, de ricas melodías y mayores méritos armónicos. Era deslumbrante su luz y color y todo esto lo quise hacer mío, y creo que lo conseguí. Pero también me di cuenta de lo que acaba de decir Antonio: ya se abrían otros horizontes, pero había que buscarlos más allá de Alemania, cuya rigidez bachiana no los toleraría. Viena ya estaba muy competida e Inglaterra era una verdadera tierra de promisión para todos, por sus propias limitaciones en la música y por su espíritu liberal manifiesto. Allá me fui, pero reconozco que mis motivaciones, primeras y finales, fueron la fama, la gloria y el dinero. Todas las conseguí y se me sepultó, a solicitud mía, en la abadía de Westminster, nada menos.

RM – Maestro, ¡debe haber sido una proeza sacarlo de ahí para estar aquí y ahora!

MERLÍN – Fue fácil para mí, Rogelio, no te preocupes. E igual lo regreso ahora para allá.

RM – Maestros, una última pregunta, pues mis modernas capacidades no me dan para seguir alternando con ustedes en este inolvidable coloquio. En este siglo XXI muchos nos preguntamos sí en esa primera mitad de siglo XVIII, durante la cual los tres estaban activos y en plenitud, ¿se conocían, tenían correspondencia, se imitaban, se copiaban o se criticaban? Maestro Bach…

JSB – Nunca nos conocimos físicamente, pero sabíamos de nosotros, podíamos disponer de las partituras de las obras de los demás. Antonio y yo manteníamos correspondencia; me envió algunos de sus conciertos para violín y me autorizó para que los transcribiera para clave, cuerdas y continuo. Son magníficos, los originales y mis transcripciones.

AV – Coincido con Juan Sebastián. Yo podía conocer la obra de los otros, pero nunca me interesó profundizar en ella. Trabajaba yo tan a gusto con mi música toscana, que nunca quise.exponerla a que cambiase por influencias ajenas. Estas eran magníficas, pero nunca las tomé para mí.

JFH – A esta pregunta de Rogelio, le contesto que mi postura era intermedia entre las opiniones de mis amados colegas, que ahora tengo la fortuna de conocerlos “en vivo”. La podría resumir en una frase que me encontré accidentalmente en este viaje, esotérico y virtual, a través del tiempo y el espacio. Fue vertida por un tal Juan Villoro, perdedor en un concurso reciente de literatura, que no se usaban en nuestra época; aplica a nosotros en la nuestra: “Los autores estamos al tanto los unos de los otros, a veces más de lo que conviene”.

AV – ¿Ya terminamos, Rogelio? ¡Ya me cansé!

RM – Yo también maestro. Gracias a los tres por haber estado aquí y ahora, y si Merlín nos ayuda y ustedes están de acuerdo, repetiremos la experiencia. ¡Abur!