Saliendo de casa,
11:35
Flores, verdes y secos coinciden, como entre los humanos coinciden los buenos, los malos y los feos.
11:36
Aún en la colonia...
11:44
11:58
La bungavilia de cuatro ojos
Saliendo de casa,
11:35
Flores, verdes y secos coinciden, como entre los humanos coinciden los buenos, los malos y los feos.
11:36
Aún en la colonia...
11:44
Gustav Mahler (1860 - 1911 |
Requiere de una orquesta grande, de más de cien instrumentistas, de un coro más
grande, unos doscientos cincuenta entre adultos y niños cantores, ocho solistas
cantantes y un director. Como se ve, son bastantes menos de mil. La Octava Sinfonía no es la más larga de Mahler, pues
lo son más, y por mucho, la Segunda y la Tercera. Pero es una sinfonía
gigantesca, que representa la mayor expresión del muy particular misticismo
cristiano de su autor.
Mahler fue un católico por convicción, judío converso y estudioso de la teología, que tenía una interpretación muy particular de su religión, un verdadero sincretismo de elementos míticos egipcios, griegos y cristianos, aunados a la convicción de que el pensamiento humano es el centro mismo de cada ser.
Ven,
Espíritu Creador,
visita
las mentes de tus fieles,
llena de
tu celeste gracia
los
pechos que tu has creado
Lleva
luz a los sentidos,
llena de
amor los corazones,
ven,
Espíritu Creador
a quien
Paráclito llamamos,
don del
Altísimo Dios
En la segunda parte, escoge su
propia visión de la condición cristiana, y para ello toma el texto de la escena
final de la segunda parte del Fausto de Goethe, que describe el ascenso del
alma de Fausto al cielo. En ella, el alma pecadora es redimida por el amor y la
intercesión de las mujeres. El amor de una penitente, en otro tiempo llamada
Margarita; el amor de María Egipciaca, la prostituta de Alejandría a la que el
mando divino le prohibió la entrada al templo hasta que ella lo suplicó a la
Virgen María. Después vivió cuarenta años en el desierto haciendo penitencia;
el amor de la mujer samaritana y el amor de María Magdalena, la gran pecadora.
Pero todo porque lo ordena la Gran Consoladora, la Madre Gloriosa, síntesis
goethiana y mahleriana de la Isis de Egipto y la Virgen María, el Eterno
Femenino. Pero al fin y al cabo, el amor generador y creador: Eros.
La Octava de Mahler fue concebida como una sinfonía, pero puede
llamarse oratorio si el público que la escucha en vivo participa de la mística
emoción de la redención humana. La segunda parte está tan próxima a la ópera
como jamás lo estuvo el compositor. Hay personajes, arias, un libreto y coros.
La Octava es la síntesis de la música de Mahler. Proclama su ideal
existencial: la unicidad del arte y de la revelación mística.
La Octava es la única
sinfonía totalmente coral de Mahler. Las voces la impregnan desde el principio
hasta el final. En cierto sentido es una pieza conservadora. Toda ella es
contrapuntística, lo que hace volver los ojos a los viejos oratorios barrocos;
y el contrapunto del primer movimiento combina las melodías de un modo más
tradicional que el "contrapunto disonante" típico de Mahler. Todo él
parece un tributo a los grandes motetes de Bach, una vigorosa celebración del
barroco, como Mahler volvía a imaginarlo en 1906.
El segundo movimiento refleja un
pasado más reciente: se refiere a las óperas de Wagner, pero es completamente
mahleriano, en su estilo como en su estética. La Octava desencadena
torrentes de sonido y es parte del intento estético de Mahler de incorporar su
himno al poder redentor del amor en sonoridades de dimensiones apropiadas.
El estreno de la Octava ocurrió el
12 de septiembre de 1910, en Munich. Asistieron, entre tres mil espectadores,
Arnold Schoenberg, Otto Klemperer, Anton Webern, Sigfried Wagner (hijo de
Richard), Felix Weingartner, Leopold Stokowski, Stefan Zweig, Max Reinhardt,
Thomas Mann, el príncipe de Baviera, el rey de Bélgica y Henry Ford. En sus
memorias sobre su marido, Alma Mahler recordaba esta fecha:
“El último ensayo provocó un
entusiasmo delirante, pero no fue nada con el estreno mismo. Todo el público se
puso de pie tan pronto como Mahler ocupó su lugar ante el atril del director;
el silencio sin aliento que siguió a continuación fue el homenaje más
impresionante que pudo brindarse a un artista... Y luego Mahler, dios o
demonio, convirtió esos tremendos volúmenes de fuentes de luz. La
experiencia fue indescriptible.”
Si Alma Mahler no pudo describir la
música de la Octava Sinfonía, ¿como podría yo intentarlo?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ahora bien, a fuer de ser sincero, a mi no me gusta la Octava Sinfonía de Mahler. La siento de “mucho ruido y pocas nueces” y poco original desde el punto de vista musical, que no ideológico.