Hace algunos años ya, por ahí de veinticinco, estuve en un curso de historia de la música ofrecido con excelencia por un profesor cuyo nombre no recuerdo; era los martes. Un martes de esos surgió el término "música programática" y de inmediato una señora pidió "tiempo fuera" para que le aclararan que era eso. La explicación fue clara y sencilla y se siguió adelante. Eso me motivó a escribir estas líneas, ampliando los conceptos.
La música es un lenguaje o por lo menos un discurso
y, por lo tanto, siempre expresa ideas; y como los músicos no están locos, sus
ideas tienen un orden, un programa y, por lo tanto, toda la música tiene
programa. Sin embargo, en los escritos sobre la música se distingue claramente
entre la música programática y la absoluta, llamando así a "la que no
tiene programa".
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Silvestre Revueltas 1899 - 1940 |
Lo que pasa es que el programa de la música absoluta no se puede traducir al lenguaje del verbo, que es el que usamos la mayoría de los humanos para expresar nuestros pensamientos. El lenguaje musical tiene formas, como las literarias, y una gramática compleja, como la del verbo, pero las formas y la gramática no son las ideas. Las de un poeta pueden quedar plasmadas en un bello soneto y las de un filósofo en un magnífico ensayo, pero ninguno de ellos podría expresarlas en música. Un músico no tiene verbo para decir sus cosas, sólo tiene música. Y si le preguntan ¿qué significa?, contesta: "Si mis ideas las pudiera expresar con palabras, no escribiría música" (Silvestre Revueltas y Gutiérrez Heras). Esa es la música absoluta, cuyo programa ideológico no tiene traducción al lenguaje verbal.
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Richard Strauss 1864 - 1949 |
La música programática es lo
contrario. El músico intencionalmente trata de poner en las formas y con la
gramática musical, un programa ideológico tomado del lenguaje verbal o
transcribir imágenes visuales (paisajes, pinturas, mujeres, etcétera) a imágenes
auditivas. Se trata de generar, con la música, emociones similares a las que el
autor recibió al ver el objeto que describe con música o al leer las ideas
escritas que le indujeron a componer. El género de música programática por
excelencia es el poema sinfónico y uno de sus principales cultivadores fue
Richard Strauss, quien hacía gala de poder describir el color del pelo de una
mujer, con música. Por supuesto que quiso transmitirnos las ideas de Nietzsche
cuando hizo Así hablaba Zaratustra. La verdad es que, si no
conocemos la obra del filósofo alemán, no tenemos idea de sus ideas con sólo
escuchar el poema sinfónico y, si no nos dicen que tal música pinta a una
pelirroja, ni siquiera sospechamos que se trata de una mujer. Esta es la
desventaja de la música programática, que nos tienen que explicar el programa; pero cuando
esto ocurre y seguimos la música con el programa, se disfruta mucho.
No hay que confundirla con la
música imitativa, que consiste en reproducir, con instrumentos musicales y
dentro de una obra, el canto de un pájaro, el ruido de una tormenta o la
llegada de un ferrocarril. Esta imagen sonora no proviene del lenguaje verbal o
de una imagen no auditiva, sino de otra imagen auditiva. Esto es imitación y se
vale en la música, aunque en pequeñas dosis.