Dos de los vinos favoritos en casa.
A la izquierda, un rojo español.
A la derecha un espumoso blanco mexicano.
Clama el vino por su exclusión en mi dieta y razón tiene; él no es culpable de lo que a mi salud pasa, a pesar de lo cual lo han excluido de ella, por aquello de "no te entumas".
El vino es el consumo dietético líquido más antiguo de la humanidad, sólo superado por el agua, en antigüedad, que en nada más.
Pero es costumbre muy antigua, tan antigua como el vino mismo, señalar como agravante su consumo cuando algún humano lo bebe durante alguna su enfermedad. No importa que sea “pie de atleta”, cáncer del intestino, catarro común o ancianidad: “no tomes esas cosas (bebidas de contenido alcohólico); te vas a empeorar y hasta te mueres”. No pues… eso no es cierto.
Hay pocas enfermedades que son producidas por el consumo en exceso de alcohol: la cirrosis hepática, la polineuritis alcohólica; pero yo no tengo nada de eso y he decidido reincorporar mis vinos generosos favoritos a mi dieta diaria. Me curaré más pronto; ya les platicaré