Saben ustedes, porque ya lo dije en algún intermezzo previo, que salgo diario a caminar por las calles de mi colonia para mantenerme en buena forma, física y mental, en esta reclusión obligada por COVID-19, que no ceja en enfermar y matar gente el malhadado y ahora es peor. En nueve meses que estoy por cumplir de reclusión, no más de diez días he dejado de salir. Compañero fidelísimo en esas andanzas callejeras es mi teléfono móvil, que, convertido en cámara fotográfica, ha recogido una serie magnífica de impresiones visuales, particularmente de flores. Muestra de ello han sido dos intermezzi de este blog, los números 3 y 4.
Mis
caminatas suelen ser al medio día, siempre son circulares, de poco más de dos
kilómetros como promedio. Estando mi casa situada a media altura en una loma,
siempre hay que bajar y subir o subir y bajar para completarlas; la subida
final es pesada e inevitable. Tengo ya bien calculado el ritmo al que debo hacer
mis andanzas para no llegar a esa subida final extenuado in extremis, lo que sería peligroso para mi salud cardíaca. No
tengo encuentros con otros peatones, solamente me cruzo con algunos, escasos en
general. Los automóviles, pocos, no me hacen caso ni yo a ellos.
Un jueves de estos estaba por terminar mi vuelta; había llegado al arranque de la subida final cuando me abordó una mujer extranjera, bastante mayor de edad, aunque menos que yo, de estatura media, más robusta que delgada, de pelo totalmente blanco, tanto que podía ser por un tinte platino. Cargaba en cada mano una bolsa grande de plástico con verduras. Se veía fatigada, perdida y sufriente y me preguntaba, en idioma que parecía inglés, pero muy malo, por Tanekua, la calle Tanekua acabé por entender. Como yo me dirigía hacia ella por la primera parte de la subida final, que está muy empinada, le pedí que me siguiera. Follow me dije en inglés e hice la seña, y ahí vamos. Pero a unos cuantos metros se rindió, se sentó en la banqueta dándome a entender que no podía más y dijo que yo era an strong man. Pero su inglés seguía siendo difícil de comprender mientras intentaba decirme el número de la calle Tanekua al que iba. Era de tres dígitos, pero no se los sabía; tan pronto decía 2 0 9 como 3 8 4 ó 2 1 6, en su inglés, por supuesto. Empecé a ver negro el asunto.
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"WhatsApp" en ruso |
Después
de pocos minutos sacó, no sé de dónde, un teléfono celular moderno, muy plano y
medianillo de tamaño, pero sucio. Lo encendió, algo buscó como se hace en cualquier
lugar del mundo y me mostró la pantalla. ¡Guauuu! Era una pantalla de Whatsapp,
de distintos colores del fondo y de los cuadros de mensaje, pero estos en
ruso. El idioma lo identifiqué de inmediato, pero, por supuesto, nada del significado.
Seguíamos igual. Pero la mujer siguió buscando mensajes con el dedito y de
pronto, con gran sonrisa, me mostró un mensaje en español con el tipo de letra
que usa Whatsapp en México; sólo leí: Tanekua 305, nuestra ciudad y
México. Estaba yo a media cuadra empinada de ponerla en la calle que buscaba y
que ella encontrara la casa por el número.
Pero
al llegar ahí recordé que la calle de Tanekua es, en el mundo entero, la más
desordenada en la numeración de sus casas. En el curso de las cinco cuadras de
que consta, en una acera se encuentra el número 118, empezando la
calle, después el 39, sigue el 425, el 164 y así de los dos lados. Nadie puede
encontrar una casa por el método civilizado universal. Seguramente mi amiga
rusa moriría en el intento.
Me
puse a la altura de las circunstancias y del ejemplo que me había dado ella.
Saqué mi teléfono, entré a Google maps en español y pedí buscar
Tanekua 305 en mi ciudad. De inmediato me la mostró, cuadra y media hacia abajo.
Bajamos mi rusa y yo y al llegar a la casa indicada se le alegró el corazón, la
reconoció, se despidió con alegría y entró en ella sin más. Hube de rehacer el
camino a mi casa nuevamente por la subida final. Lo hice satisfecho y sin fatiga.