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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 1 de noviembre de 2021

¿SE PUEDE HABLAR O ESCRIBIR DE MÚSICA?



Dice Daniel Freckmann: “La música es una experiencia de carácter no verbal, absolutamente inaccesible por medios puramente literarios o eruditos”. Esta afirmación periódicamente me remueve intranquilidad de conciencia; efectivamente, no se puede hablar o escribir de música.

La música es un lenguaje del hombre más antiguo que el verbal. Comunica sentimientos e ideas complejas usando como medio los sonidos desde muchos miles de años antes de que se nos diera el verbo. De esto hay evidencias antropológicas prehistóricas, históricas y actuales. El hombre inventó la música como un ritmo; por mejor decir, la descubrió en sus ritmos internos y la externalizó percutiendo mano con mano, piedra con piedra, hueso con hueso o lo que fuera con lo que fuera y emitiendo, con su aparato fonador, sonidos con una secuencia sin contenido verbal. De ahí a la danza no hubo gran distancia y con estos elementos primigenios (ritmo y percusión) surgió la música como sistema de comunicación primitivo pero infinito, aún no superado y de belleza primaria todavía no explicada.

Muchos miles de años habrían de pasar antes de que la música adquiriera su segundo gran elemento estructural: la melodía, que implica la adecuación del ritmo de las palabras al ritmo musical. Esto significa que la melodía en la música surgió después del lenguaje verbal. Tampoco hubo una gran distancia entre esto y la canción, que es la estructura musical melódica por excelencia. En este caso, el texto verbal es el mensajero principal de las ideas, pero en las que podríamos llamar canciones sin palabras, que son aquellas piezas con ritmo y melodía, pero sin verbo, el mensajero es el idioma musical.

Estos dos elementos de la música son más viscerales que intelectuales, son emocionales, más dionisiacos que apolíneos. Del otro elemento primario de la música, la armonía, sí tenemos documentación histórica de su arribo a la música occidental; démosle más o menos mil años de antigüedad. Es un elemento eminentemente intelectual y podríamos describirlo como aquello que acompaña, viste, enriquece y complica a la melodía.

La música, como el verbo, consiste en unidades sonoras que, en diferentes arreglos y combinaciones, se constituyen en elementos simbólicos con significado, pero que, además, emana una mágica belleza. Cuando, como oyentes de la música, somos capaces de ser hechizados por esa belleza y de percibir los mensajes que conlleva, entonces se ha dado el fenómeno musical, la experiencia estética, el éxtasis a través de la música.

Para nosotros, los legos de la música, la dificultad en alcanzar este éxtasis es que buscamos traducir el lenguaje musical al verbal, pero esa traducción es imposible. Cuando a Beethoven le preguntaron que quería decir con su sonata Appassionata, simplemente se sentó al piano y tocó los primeros compases de ella. Y cuando a Silvestre Revueltas un periodista le preguntó que significaba su música, le respondió: “¿Usted cree que si yo pudiera expresar mis ideas con palabras, me pasaría noches enteras escribiendo esos cientos de notas?”.

Por esto no se puede hablar ni escribir de la música. Cuando con torpeza inconsciente lo intentamos, en realidad solemos hablar de historia de la música, de filosofía, de sociología, de lógica, de teoría de las comunicaciones, de estética, de semántica, incluso de política y hasta de psicología, pero no podemos hablar de la música misma porque no existe un código traductor de las ideas musicales a ideas verbales. Son de diferente naturaleza.

La música debe ser oída. De nada valen las doctas escrituras de alguno que se diga experto en música si ellas no inducen a escucharla. La música es un arte y, por lo tanto, su forma de conocimiento es la sensibilidad, no la razón ni el método científico ni la revelación. La música debe ser gustada más que entendida y para eso es mejor exponerse a ella que leer a los eruditos. La música, como arte que se da en el tiempo y no en el espacio, se recrea cada vez que se ejecuta y se recrea por la interacción entre el intérprete y el público. Lo mejor es participar en esa recreación exponiéndose a la música.

         Cuando escribo de música, lo único que trato es de contagiar mi pasión por ella, nunca de traducir las ideas musicales; tratar de hacerlo sería vanidad o locura.