La medicina es un
oficio que para su desempeño utiliza información obtenida por el método
científico y habilidades mixtas de aprendizaje complejo. A su vez, es aceptado
que el conocimiento que brinda la ciencia siempre será aproximado, parcial y momentáneo, y en la intimidad de nuestro pensamiento, los médicos estamos convencidos de que,
sobre casi cualquier tema de la medicina, es mayor la ignorancia que la
sabiduría. La prudencia, entonces, es indispensable para el buen ejercicio de
nuestro oficio.
Revisando la
historia de la medicina, desde la antigua hasta la reciente, se da uno cuenta
que a través de los años, siglos y ya milenios, los médicos hemos trabajado
muchas veces en el error. Error en conocer las causas de una enfermedad o su
mecanismo, error en el diagnóstico y, por ende, error en el tratamiento y
prevención.
Ahora, hasta nos
burlamos de ideas y acciones de nuestros colegas de hace quinientos años o más
o mucho menos, hasta de apenas veinte. Cuando los médicos se dan cuenta que
están trabajando sobre un piso resbaladizo e inseguro, crean nuevos términos
que orienten hacia el problema sin comprometerse a explicarlos. Ejemplo es el sífilocáncer, término usado en la segunda
mitad del siglo XIX y los primeros años del XX. Se refería a una enfermedad que
tenía características clínicas de sífilis terciaria y de cáncer y que no
pudiendo demostrar la una ni el otro se usaba el término híbrido de sífilocáncer, que confundía más las
cosas. Ya tiene muchos años que no se usa, y ahora es difícil encontrar
referencias, aún históricas, en la Internet.
Algo más reciente,
que ya nos tocó conocer y conocer a quienes creían en tal término, fue la histeroepilepsia, término fomentado por
Sigmund Freud a finales del siglo XIX y en uso hasta mediados del pasado,
cuando yo ya estudiaba medicina. Se refería a una enfermedad del sistema
nervioso central, episódica y paroxística, que cursaba con crisis muy complejas
que los clínicos no sabían distinguir si eran epilépticas o histéricas
conversivas. Los electroencefalogramas no los sacaban de duda, no sabían que
tratamiento ofrecer y se conformaban con informar a la familia que la paciente
(predominaba en las mujeres) tenía histeroepilepsia.
Esa confusión ya desapareció; ahora se tiene epilepsia o trastorno de
conversión (así llaman ahora a esa forma de histeria), aunque hay ocasiones
en que sigue siendo difícil distinguirlos.
Así llegamos a la migralepsia,
que es el último neologismo médico importante. Reúne dos enfermedades en una y
ya es de uso común en la comunidad médica neurológica actual. Lo que hace el
término es reconocer que dos enfermedades que se han considerado diferentes, la
epilepsia y la migraña, son una sola, por lo menos en algunos
casos.
Hasta hace no
mucho, nos enseñaban y aprendíamos esto, que es verdadero:
Estos cuadros son muy
semejantes, y sugieren un mecanismo común de las dos enfermedades. Las dos
consisten, clínicamente, en crisis que repiten, epilépticas en la epilepsia y
de dolor de cabeza migrañoso en la segunda.
Se llama crisis a
un episodio súbito y transitorio de alteración funcional del sistema nervioso.
Las crisis epilépticas son variadas pero con frecuencia hay inconsciencia
transitoria. Las crisis migrañosas casi siempre son de dolor de cabeza, casi
siempre de un lado de la cabeza, hemicránea, y también hay variantes. La
frecuencia de las crisis es muy variable en los dos casos, desde varias al día
hasta años sin ellas y en los dos casos también, estas enfermedades “no matan,
pero no dejan vivir”.
Los cuadros que ahora siguen muestran que estas dos condiciones, la epilepsia y la migraña, se tratan con los mismos medicamentos y con buen resultado en las dos enfermedades con el ácido valproico y el topiramato.
Desde
el último tercio del siglo XIX, John Huglings Jackson, médico y neurólogo
inglés, intuyó que la actividad neurológica, la normal y la enfermiza, era de
carácter electroquímico; tenía razón. Esto se vino a comprobar en los años veintes
del siglo pasado, cuando el neurólogo alemán Hans Berger inventó el
electroencefalógrafo, con el cual se demostró que la actividad del cerebro es
eléctrica, digamos minieléctrica, pues los rangos de voltaje que maneja son de microvoltios. También se pudo demostrar que las crisis epilépticas se
deben a descargas excesivas de voltaje de focos de neuronas cerebrales, que
pueden ser fijos, desplazarse por la corteza cerebral o generalizarse.
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A la izquierda: Electroencefalograma (EEG) NORMAL A la derecha (EEG) ANORMAL,que muestra una descarga eléctrica característica de una CRISIS EPILÉPTICA |
En la migraña ocurre algo semejante y es increíble que, a pesar de coincidencias tan notables entre la migraña y la epilepsia, no contemplaran la posibilidad de mecanismos de acción iguales. Desde los años cuarenta del siglo pasado, Arístides de Azevedo Pacheco Leão, neurofisiólogo brasileño mejor conocido en el mundo científico como sólo Leão, describió la depresión cortical propagada (DCP) como una onda eléctrica que, iniciada en los lóbulos posteriores del cerebro, se desplaza hacia las partes anteriores y que está presente casi siempre en la migraña con aura, la variedad más característica de esta enfermedad.
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Semejanzas más que diferencias se encuentran al comparar la EPILEPSIA y la MIGRAÑA |
Las explicaciones que se daban se referían a que las arteriolas del cerebro sufrían constricciones y dilataciones anormales durante la crisis dolorosa, pero no las relacionaban con la DCP. Los tales cambios en las arteriolas del cerebro y de las meninges, que son las cubiertas del cerebro, son ciertas, pero se deben a la estimulación electroquímica por la DCP, que también afecta a uno o a los dos nervios trigéminos, que son los grandes nervios sensitivos de la cabeza. Ahora que este conocimiento es reconocido como cierto por la mayoría de los clínicos e investigadores del sistema nervioso, la migraña empieza a perder personalidad propia y muchos pensamos que es una variedad de epilepsia.
Ahora bien, a los migrañosos no les hace mucha gracia que los vayan a cambiar al casillero de los epilépticos.