Se me está haciendo costumbre
A muertos resucitar
Y no quisiera dejar
De poner otro en la lumbre
Nunca tendré certidumbre
De si sólo fue soñar
Mas quisiera yo pensar
Que no fue sólo deslumbre
Beethoven estuvo huraño
Leonardo se me achispó
Y con Alonso Quijano
Se bebió y platicó
Quisiera cerrar el año
Con Giuseppe y se acabó
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Giuseppe Verdi (1813-1901) |
Milán, 20 de enero de 1901
- Maestro
Giuseppe Verdi, disculpe que lo intercepte en la calle, pero he venido de
lejos a tan sólo saludarlo y hacer tributo formal de mi respeto, cariño y
admiración.
- No ha de llegar
de muy lejos si es dentro del planeta
- Cierto maestro;
es apenas de América, de México para precisar, pero lejano es el tiempo, pues
vengo de mucho después que ahora. Yo vivo en el año 2020 y aquí estamos en el
1901. Ya estoy viejo, como lo ve.
- Sí, lo parece,
pero no lo es tanto como yo. ¿Y qué hace aquí, ahora y con ese vestir tan
extraño?
- He venido a
conocerlo, verificar si es usted de carne y hueso, si es ahora el campesino que
además de hacer producir la tierra procura el bienestar de sus trabajadores;
quiero conocer a ese benefactor de músicos viejos en desgracia económica, a los
que usted acoge y cuida en una casa de retiro fundada para eso, la Casa Verdi, que
se mantiene a través de eso que ahora llamamos fideicomiso. Quiero estrechar
la mano de quien abrió el modernismo para la ópera con sus dos estupendas piezas
finales: Otelo y Falstaff. Quiero agradecerle en persona por la enorme
felicidad que sus óperas me han brindado desde mis once años. Vine a reconocer
al luchador político y social, incansable e invencible, que teniendo como guía
la libertad y el amor, sentimientos que
nunca fueron negociables, contribuyó a la independencia y unificación de
esa patria que ahora se llama Italia y que jamás lo olvidará; antes lo haría
con Víctor Manuel II que con Giuseppe Verdi.
- ¿Todo eso?
- Hay más,
maestro, pero la emoción no me deja seguir.
- Lo que a mí no
me lo permite es el pasmo de saber que platico ahora con alguien que viene del
futuro. No lo entiendo y no lo creo. ¿Cómo es eso?
- Trucos viejos
de un mago más viejo todavía. Pero yo le pediría que dejáramos eso por ahora,
pues lo importante es usted y el mago me ha dicho que el truco no durará mucho.
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La Casa Verdi |
- El que usted escoja, maestro.
Minutos
después platicábamos con la cordialidad y bonhomía que desbordaba el señor.
- Maestro, usted representa, cuatrocientos años después, al Hombre del Renacimiento, de gran cultura universal, inteligencia mayor, múltiples intereses, sentimientos buenos en todas las áreas de su actividad y gran capacidad ejecutiva. ¿Cómo se dio eso en usted?
- No es mérito
mío, es herencia, pero no herencia corta, sino aquella que se recoge de nacer y
vivir en esta región donde se dio el Renacimiento. Aquí, en la Toscana, todos
aprenden y saben mucho; yo tuve maestro de latín a los cuatro años. El aire que
se respira es de saber, de inteligencia y de sentimientos de equidad que evitan
grandes diferencias sociales. Predomina un sentimiento comunitario. Aquí nunca hubo reinos,
siempre fueron repúblicas, en ocasiones algo desastrosas, pero nunca de reyes
malos, tontos y criminalmente represivos.
- Maestro,
usted es uno de los músicos más notables en la historia de la cultura
occidental, pero su familia no era de músicos. ¿Cómo es que usted llegó a esa
cumbre del arte lírico?
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Casa natal de Verdi en Le Roncole |
- Efectivamente,
mi padre era posadero y mi madre hilandera; así consta en mi acta de bautismo,
pero vivían, tenían familia y trabajaban en ese medio de cultura que ya te
expliqué. Yo empecé lecciones de latín a los cuatro años por el maestro de la
escuela, y a los diez las empecé de música, en el Ginnasio, al mismo
tiempo que de retórica y humanidades, como se acostumbraba. Ahí se decidió el
rumbo de mi vida. Mi padre me regaló una espineta e hice una cantidad bárbara
de música instrumental, de la que nada se conservó. Pero era mucha y muy buena,
de verdad. Era apreciada y empecé a tener alumnos, alumnas y benefactores,
quise entrar al Conservatorio de Milán, fui rechazado y fue vivir de clases
particulares y benefactores que creyeron en mí. Uno fue el padre de la que
sería mi esposa, Margherita Barezzi, con la que casé a los veintitrés años.
Pronto tuvimos dos hijos y yo adoraba a los tres. Pronto también murieron los
tres; me desgarré y prometí no volver a hacer música. Había estrenado una ópera
con éxito regular y la segunda fue un fracaso absoluto, con una sola
representación.
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Margherita Barezzi |
Ante su copa
de vino, el maestro guardó silencio un rato que yo compartí con dolor. Continuó
su atención conmigo refiriendo que un buen amigo lo convenció de volver a garabatear
pentagramas. Entonces le pregunté:
- Mira
Rogelio, si naces italiano en esta tierra, de ancestros italianos, naces con la
mente y el corazón impregnados de ópera, del enorme lirismo que brota de
nuestro suelo, que está en los campos y en las urbes, que hace cantar al verano
y al invierno, al agua y a los vientos, que te estruja el corazón y te exalta
el espíritu y casi lo hace estallar. Y si a eso le agregas que a donde quiera
que fuera escuchaba la riqueza lírica incomparable de Rossini, Bellini o
Donizetti, no tuve duda alguna: Yo había nacido para la ópera.
- Y ¿qué
siguió, maestro?
- Nabucco.
- Guauuu!..., perdón maestro, esta es una expresión de admiración que usamos en México en el siglo XXI. Es que Nabucco es mucho más que una ópera. Como tal, es riquísima, particularmente en sus coros, pero es todo un manifiesto de amor, justicia y libertad que sigue vigente en buena parte del mundo. Cuando un pueblo pide eso, recurre al Va pensiero…, coro por varias razones inolvidables para mí; pero hoy no estoy aquí para yo contar, sino para escucharlo a usted. Y entonces le pregunto: ¿Cómo fue que llegó a esa gloria de la ópera romántica universal que es su tríptico formado por Rigoletto, El trovador y La traviata?
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Giuseppina Strepponi |
- No es que yo haya llegado al romanticismo; nací, crecí, me eduqué, sufrí y trabajé en el romanticismo. Ahora mismo está vigente, aunque va de caída. Romanticismo en el sistema musical y en la vida misma, en el pensamiento y la conducta de los hombres que nos forjábamos ideales de la vida y del arte. Así llegué yo a ese tríptico, como otros artistas y pensadores en el mundo. Fue entre los años 1851 y 1853, yo apenas de cuarenta. Entre Nabucco y el tríptico ya tenía yo buen número de óperas exitosas, que me las hacía pagar bien y entonces fui rico. Supe administrar mis bienes. Había iniciado poco antes mi relación con Giuseppina Strepponi, cantante de Rossini, Bellini y Donizetti y de mis primeras óperas, pero ya retirada para entonces. Fue la relación sentimental de mi vida y la gran consejera. Murió hace tres años.
- Largo tiempo estuvo usted sin
componer, maestro.
- Es cierto. Yo quería irme al
campo, estar al pendiente de mis sembradíos, del maíz, del trigo, de los
viñedos, de los caballos. Pero además, con los años a uno se le va agotando el
magín y van surgiendo los nuevos compositores con nuevas ideas que ya no son
como las tuyas. Eso lo mantiene a uno a la expectativa y en cierta forma
temeroso. Pero bueno, entre Giuseppina, Ricordi y Arrigo Boito me convencieron
y sacamos mis dos últimas obras, Otelo,
en 1887, y Falstaff en 1893.
- Nada más y nada menos, maestro
Giuseppe Verdi. Habemos muchos en mi mundo actual, del 2020, que pensamos que
son sus dos mejores piezas
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Giuseppe Verdi William Shakespeare |
Después de pensar un rato me contesto:
- Maestro, ¡hay tanto más que platicar con usted! pero no lo creo prudente ya. Quizá no alcanzaría a seguirlo y usted debe estar cansado. Además, me parece que Merlín ya no me aguantará mucho tiempo viviendo un siglo antes del mío. Se le está acabando la magia.
- Sigo sin entender eso, Rogelio. Pero yo también debo retirarme a
descansar. No me siento muy bien y no quiero dificultades.
- Gracias y adelante maestro. ¡Qué descanse y esté usted bien!
La mañana del 21 de enero de 1901, Giuseppe Verdi sufrió un infarto cerebral en su habitación del Grand Hotel de Milán. Sin salir de la habitación falleció seis días después. A su funeral asistieron trescientas mil personas, la mitad de la población de la ciudad.