Acerca de mí

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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 9 de noviembre de 2020

PLATICANDO CON GIUSEPPE VERDI

 

Se me está haciendo costumbre

A muertos resucitar

Y no quisiera dejar

De poner otro en la lumbre

 

Nunca tendré certidumbre

De si sólo fue soñar

Mas quisiera yo pensar

Que no fue sólo deslumbre

 

Beethoven estuvo huraño

Leonardo se me achispó

Y con Alonso Quijano

 

Se bebió y platicó

Quisiera cerrar el año

Con Giuseppe y se acabó


Giuseppe Verdi (1813-1901)

Milán, 20 de enero de 1901

- Maestro Giuseppe Verdi, disculpe que lo intercepte en la calle, pero he venido de lejos a tan sólo saludarlo y hacer tributo formal de mi respeto, cariño y admiración.

- No ha de llegar de muy lejos si es dentro del planeta

- Cierto maestro; es apenas de América, de México para precisar, pero lejano es el tiempo, pues vengo de mucho después que ahora. Yo vivo en el año 2020 y aquí estamos en el 1901. Ya estoy viejo, como lo ve.

- Sí, lo parece, pero no lo es tanto como yo. ¿Y qué hace aquí, ahora y con ese vestir tan extraño?

- He venido a conocerlo, verificar si es usted de carne y hueso, si es ahora el campesino que además de hacer producir la tierra procura el bienestar de sus trabajadores; quiero conocer a ese benefactor de músicos viejos en desgracia económica, a los que usted acoge y cuida en una casa de retiro fundada para eso, la Casa Verdi, que se mantiene a través de eso que ahora llamamos fideicomiso. Quiero estrechar la mano de quien abrió el modernismo para la ópera con sus dos estupendas piezas finales: Otelo y Falstaff. Quiero agradecerle en persona por la enorme felicidad que sus óperas me han brindado desde mis once años. Vine a reconocer al luchador político y social, incansable e invencible, que teniendo como guía la libertad y el amor, sentimientos que  nunca fueron negociables, contribuyó a la independencia y unificación de esa patria que ahora se llama Italia y que jamás lo olvidará; antes lo haría con Víctor Manuel II que con Giuseppe Verdi.

- ¿Todo eso?

- Hay más, maestro, pero la emoción no me deja seguir.

- Lo que a mí no me lo permite es el pasmo de saber que platico ahora con alguien que viene del futuro. No lo entiendo y no lo creo. ¿Cómo es eso?

- Trucos viejos de un mago más viejo todavía. Pero yo le pediría que dejáramos eso por ahora, pues lo importante es usted y el mago me ha dicho que el truco no durará mucho.

La Casa Verdi
- Ante eso, no puedo dejarlo a usted botado ni desatenderlo un rato. Lo invito al Grand Hotel, aquí adelante, donde me hospedo ahora que vine a arreglar algunos asuntos de mis tierras y visitar la Casa Verdi. No me he sentido muy bien desde hace días, pero estoy bien, en lo físico, en lo mental y en el ánimo y seguiré haciendo lo que estoy haciendo. Por ahora, tomemos un vino de la Toscana, un Chianti o un Brunello di Montalcino.

- El que usted escoja, maestro.

Minutos después platicábamos con la cordialidad y bonhomía que desbordaba el señor.

- Maestro, usted representa, cuatrocientos años después, al Hombre del Renacimiento, de gran cultura universal, inteligencia mayor, múltiples intereses, sentimientos buenos en todas las áreas de su actividad y gran capacidad ejecutiva. ¿Cómo se dio eso en usted?

- No es mérito mío, es herencia, pero no herencia corta, sino aquella que se recoge de nacer y vivir en esta región donde se dio el Renacimiento. Aquí, en la Toscana, todos aprenden y saben mucho; yo tuve maestro de latín a los cuatro años. El aire que se respira es de saber, de inteligencia y de sentimientos de equidad que evitan grandes diferencias sociales. Predomina un sentimiento comunitario. Aquí nunca hubo reinos, siempre fueron repúblicas, en ocasiones algo desastrosas, pero nunca de reyes malos, tontos y criminalmente represivos.

- Maestro, usted es uno de los músicos más notables en la historia de la cultura occidental, pero su familia no era de músicos. ¿Cómo es que usted llegó a esa cumbre del arte lírico?

Casa natal de Verdi en Le Roncole

- Efectivamente, mi padre era posadero y mi madre hilandera; así consta en mi acta de bautismo, pero vivían, tenían familia y trabajaban en ese medio de cultura que ya te expliqué. Yo empecé lecciones de latín a los cuatro años por el maestro de la escuela, y a los diez las empecé de música, en el Ginnasio, al mismo tiempo que de retórica y humanidades, como se acostumbraba. Ahí se decidió el rumbo de mi vida. Mi padre me regaló una espineta e hice una cantidad bárbara de música instrumental, de la que nada se conservó. Pero era mucha y muy buena, de verdad. Era apreciada y empecé a tener alumnos, alumnas y benefactores, quise entrar al Conservatorio de Milán, fui rechazado y fue vivir de clases particulares y benefactores que creyeron en mí. Uno fue el padre de la que sería mi esposa, Margherita Barezzi, con la que casé a los veintitrés años. Pronto tuvimos dos hijos y yo adoraba a los tres. Pronto también murieron los tres; me desgarré y prometí no volver a hacer música. Había estrenado una ópera con éxito regular y la segunda fue un fracaso absoluto, con una sola representación.

Margherita Barezzi

Ante su copa de vino, el maestro guardó silencio un rato que yo compartí con dolor. Continuó su atención conmigo refiriendo que un buen amigo lo convenció de volver a garabatear pentagramas. Entonces le pregunté:

 - ¿Por qué con ópera maestro?

- Mira Rogelio, si naces italiano en esta tierra, de ancestros italianos, naces con la mente y el corazón impregnados de ópera, del enorme lirismo que brota de nuestro suelo, que está en los campos y en las urbes, que hace cantar al verano y al invierno, al agua y a los vientos, que te estruja el corazón y te exalta el espíritu y casi lo hace estallar. Y si a eso le agregas que a donde quiera que fuera escuchaba la riqueza lírica incomparable de Rossini, Bellini o Donizetti, no tuve duda alguna: Yo había nacido para la ópera.

- Y ¿qué siguió, maestro?

- Nabucco.

- Guauuu!..., perdón maestro, esta es una expresión de admiración que usamos en México en el siglo XXI. Es que Nabucco es mucho más que una ópera. Como tal, es riquísima, particularmente en sus coros, pero es todo un manifiesto de amor, justicia y libertad que sigue vigente en buena parte del mundo. Cuando un pueblo pide eso, recurre al Va pensiero…, coro por varias razones inolvidables para mí; pero hoy no estoy aquí para yo contar, sino para escucharlo a usted. Y entonces le pregunto: ¿Cómo fue que llegó a esa gloria de la ópera romántica universal que es su tríptico formado por Rigoletto, El trovador y La traviata?

Giuseppina Strepponi

- No es que yo haya llegado al romanticismo; nací, crecí, me eduqué, sufrí y trabajé en el romanticismo. Ahora mismo está vigente, aunque va de caída. Romanticismo en el sistema musical y en la vida misma, en el pensamiento y la conducta de los hombres que nos forjábamos ideales de la vida y del arte. Así llegué yo a ese tríptico, como otros artistas y pensadores en el mundo. Fue entre los años 1851 y 1853, yo apenas de cuarenta. Entre Nabucco y el tríptico ya tenía yo buen número de óperas exitosas, que me las hacía pagar bien y entonces fui rico. Supe administrar mis bienes. Había iniciado poco antes mi relación con Giuseppina Strepponi, cantante de Rossini, Bellini y Donizetti y de mis primeras óperas, pero ya retirada para entonces. Fue la relación sentimental de mi vida y la gran consejera. Murió hace tres años.

 Nuevo silencio compartido que una vez más rompió el maestro.

 - Seguí componiendo, aunque no al mismo ritmo, pero sí con el mismo entusiasmo y mayor sabiduría y se dieron mis óperas largas y complejas con soportes filosóficos que las mueven; pero me empecé a cansar y producir menos hasta que después de un buen rato sin hacerlo me convencieron de hacer una ópera para estrenarse en El Cairo con motivo de la apertura de canal de Suez; se dio Aída, la que llegué a considerar como mi canto del cisne. Me encanta, es de mis mejores piezas y quizás la que más quiero. Hablamos del 1871, yo con cincuenta y ocho años.

- Largo tiempo estuvo usted sin componer, maestro.

- Es cierto. Yo quería irme al campo, estar al pendiente de mis sembradíos, del maíz, del trigo, de los viñedos, de los caballos. Pero además, con los años a uno se le va agotando el magín y van surgiendo los nuevos compositores con nuevas ideas que ya no son como las tuyas. Eso lo mantiene a uno a la expectativa y en cierta forma temeroso. Pero bueno, entre Giuseppina, Ricordi y Arrigo Boito me convencieron y sacamos mis dos últimas obras, Otelo, en 1887, y Falstaff en 1893.

- Nada más y nada menos, maestro Giuseppe Verdi. Habemos muchos en mi mundo actual, del 2020, que pensamos que son sus dos mejores piezas

 Nuevo silencio, ahora sonriente por parte del maestro y vuelvo yo:

 - Maestro, me llama mucho la atención su afición por hacer óperas de piezas de William Shakespeare: Macbeth en 1847 y las últimas, Otelo y Falstaff, además de El Rey Lear, que se le quedó en el tintero.

                             Giuseppe Verdi                      William Shakespeare                       

Después de pensar un rato me contesto:

 - Las obras del gran William y las mías son verdaderos trasuntos del alma humana. En eso estriba mi afinidad con élLos dos confrontamos al individuo con la conciencia y la identidad. A ambos nos preocupó la presencia del mal en la naturaleza humana, nos inquieta la relación del hombre con el poder. Nos obsesionan los instintos y sabemos recurrir al sentido del humor cuando se antoja necesario un salvoconducto o un epitafio. Recuerda las últimas palabras de Falstaff en mi ópera: “Todo en el mundo es burla”.

- Maestro, ¡hay tanto más que platicar con usted! pero no lo creo prudente ya. Quizá no alcanzaría a seguirlo y usted debe estar cansado. Además, me parece que Merlín ya no me aguantará mucho tiempo viviendo un siglo antes del mío. Se le está acabando la magia.

- Sigo sin entender eso, Rogelio. Pero yo también debo retirarme a descansar. No me siento muy bien y no quiero dificultades.

- Gracias y adelante maestro. ¡Qué descanse y esté usted bien!

 

La mañana del 21 de enero de 1901, Giuseppe Verdi sufrió un infarto cerebral en su habitación del Grand Hotel de Milán. Sin salir de la habitación falleció seis días después. A su funeral asistieron trescientas mil personas, la mitad de la población de la ciudad.