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vieja que fue solariega, aún ahora en las afueras de la ciudad, sin mayor
urbanización que un piso asfaltado pero con agujeros, una banqueta rajada
cubierta de hierba y un farol alejado y triste a estas horas; ya pronto será la
media noche. La ciudad es violenta, pero aquí ni ciudadanos pasan a quienes
violentar. La mansión está guardada por una alta reja de hierro mal trabajado
pero que bien trabaja. Ancha puerta de acceso que nunca se abre y al fondo la
mansión de dos pisos, sucia y descuidada, con una sola luz en su interior,
bastante trémula, aunque eléctrica. Algunos pajarracos desvelados van y vienen
a lo alto, pero no hay perro alguno que me ladre, pues aquí no hay comida para
alguno. Entro con facilidad, las puertas no existen o están abiertas.
Merlín
no le teme a nadie y ahora nadie le teme a él; no tiene bienes que le lleven
los asaltantes ni intereses que proteger. Su condición es estupenda, física y
como mago, pero ya es muy poco solicitado. Los asuntos difíciles ahora se arreglan
de otros modos.
Merlín
es muy viejo, pues conoció al Rey Arturo de Camelot desde recién nacido éste, y
a él fue entregado para su crianza mil quinientos años hace. Ha tiempo que escapó
de su prisión de cristal en el fondo de un lago y casi desde entonces, no hace
poco ni mucho, vive aquí. No le pide nada a nadie, vive de sus recuerdos y casi
nadie le pide favores que sólo su magia suprema podría realizar. Yo fui testigo
protagónico de uno de ellos. Ahora he venido por otro. No pido ser trasladado a
otra región del mundo y cuatro siglos atrás; por el contrario:
-
Maestro Merlín: Quiero que resucite a tres muertos de más de cuatrocientos años
y traerlos aquí y ahora, donde y cuando vivimos en una cuarentena de meses que
nadie sabe, yo creo que ni usted, cuando terminará. A esos muertos resucitados
quiero enfrentarlos discutiendo, pero sin exponerlos a nuestro COVID-19.
Hacerlo en una plataforma como el Zoom, cada uno en pantallas diferentes,
quizá lejanos entre sí y frente a una computadora. Pareceríamos encarcelados; y
digo pareceríamos, porque yo coordinaría la discusión, desde otro lugar también
aparte; nos veríamos y platicaríamos los cuatro, aunque no nos viéramos ni
platicáramos en persona. Todo sería virtual.
-
No me extraña nada de eso, Rogelio. Lo que presumes es nada ante mis poderes en
la profunda antigüedad, cuando las épocas no se nombraban. Y lo de parecer
encarcelados no me asusta, pues recuerda que yo estuve más de mil años
prisionero en una cárcel de cristal en el fondo de un lago en Gales. Todo fue
virtual, pero sigo tan real como para verte y platicar contigo en la realidad.
Pero dime: ¿a quienes quieres resucitar y traer y de dónde?
-
Para usted no es lejos; dos desde el centro de Europa y un tercero de cerca de
su país, en Britania.
-
Bien, pero ¿quiénes son?
-
Las cumbres de la música en la época barroca.
-
Eso de las épocas históricas no va conmigo, se les marcan absurdas fronteras;
pero creo saber a cuál te refieres: aquella que dan por iniciada en el año 1600
y por terminada en 1750; ¡límites temporales absurdos por absolutos!, como te
darás cuenta.
-
Sí, señor.
-
Entonces te refieres a Antonio Vivaldi, de la república de Venecia; Juan
Sebastián Bach, del Sacro Imperio
Romano Germánico; y Jorge Federico Handel, nacido también en esa Germania todavía muy latina y
después inglés por adopción. Los llamo por sus nombres en español, pues estamos
en un lugar con esa lengua.
- Por supuesto que a ellos, maestro Merlín.
- Me llamas maestro porque aspiras a que un día
te eduque en mis artes, que ya has probado. Ya veremos, pero los hombres de tu
tiempo no son propicios para ello, además de que ya tienes muchos años. Pero
bueno, ¿para que los quieres traer?
- Para confrontarlos en un ejercicio dialéctico.
- No entiendo.
-Quiero preguntarles y que me contesten, con
verdad, de la música, del arte y de la sociedad en general de su tiempo, de su
época. Posiblemente tenga yo que explicarles cuál es su época, pues ellos no
sabían que eran barrocos. Que me expliquen que aportaron ellos y, entre las
obras de ellos, que afinidades y diferencias hay. Quien se considera mejor
músico y quien puede confesarse como menos bueno en ese final del barroquismo.
Fueron estrictamente contemporáneos y si bien no se conocieron “en vivo”, cada
uno conocía de la obra de los otros y tenían correspondencia. ¿Qué se decían en
ella? ¿Qué se criticaban? ¿Cuánto se aceptaban y se copiaban? Ellos sellaron,
para siempre, el barroco universal, no solamente en la música, en todo lo
demás, incluyendo el pensamiento. La única otra época comparable es el
romanticismo.
-Basta de tu erudición manifiesta. Me interesa
el proyecto. ¿Para cuándo los quieres?
- ¿Yo? ¡Ya!
- Bueno, eso es difícil, hasta para mí.
- Lo entiendo, maestro. Pero entonces,
podríamos nosotros transportarnos ese tiempo hacia atrás y ponernos en sus
lugares: Venecia, Leipzig, Londres, en una fecha anterior a la muerte del
primero al que le llegó: Vivaldi en 1741.
- Imposible llevar tu parafernalia virtual e
informática a tiempos y lugares donde no contaríamos con energía de la calidad
necesaria para hacer funcionar tus aparatitos y monitores. Recuerda que tengo
magia, pero no soy milagriento.
- Bueno, maestro Merlín, ¿le parecen bien ochos
días para tenerlos aquí?
- ¡Vale! En ocho días haces tu performance.
- Correcto, dentro de una semana, en punto, aquí
nos vemos, con todo montado. Y usted participará, maestro.