En los subterráneos de la vieja mansión, entre quesos y embutidos de la mejor estirpe, conversaban las botellas. El champaña proclamaba el aroma excelso de sus burbujas, la ambarina transparencia de su líquido y se sentía noble permitiéndose, altivo, despreciar al Universo. El vino, de un rojo que podría ser negro, comparaba su licor a los amores, al éxtasis místico y, botella orgullosa, creía ser él símbolo de la verdad eterna. Una garrafa de agua decía ser la pureza misma y se identificaba con la hebra’ bondadosa con que está tejida la materia. ¡Cada botella alegaba ser más importante que el mundo entero! Un día vino un mayordomo y llevó las botellas de alcohol a un banquete. Cuando los invitados terminaron de escanciar los preciosos líquidos, las vasijas, ahora inservibles, pasaron a formar parte de un montón de basura. ¡Quién las iba a tomar en cuenta? Quizás un niño para usarlas como blanco de pedradas... La garrafa, mientras tanto, perdió su tapón y y el agua comenzó a pudrirse. Se sintió enferma, nauseabunda.
“¡Ya no valgo nada, soy una ruina!” Un barril de madera trató de calmarla: “Señora, creo que comete una equivocación: ¿porqué se siente cambiada si su cristal fue, es y será siempre el mismo? ¡Usted no es su contenido: el líquido que encierra no le pertenece y si él se pudre, usted no tiene más que vaciarlo y llenarse en una fuente pura! Al comienzo yo estuve lleno de coñac y no por eso me sentí identificado con el alcohol que me llenaba: dejé que su aroma impregnara mi madera y cuando me vaciaron, mi leña fragante recogió con agrado un vino y le aportó el sabor de la anterior experiencia. Así como yo siempre fui barril, aprenda usted a considerarse garrafa y no agua. ¡Que su pudrición actual quede como es: una experiencia que no afecta para nada la esencia de su vidrio!
¡Somos el que piensa y no lo pensado; el que siente y no lo sentido! Si nuestras ideas y pensamientos han caducado, que eso no afecte nuestro ser real: incorporemos nuevas ideas y nuevos sentimientos y no nos aferremos a un pútrido pasado.
NB. Este texto es de autoría anónima. Apareció publicado hace más de cuarenta años en un diario que no recuerdo si de la Ciudad de México o de Morelia. Entonces mucho me gustó, lo recorte, lo hice enmarcar y desde entonces está siempre presente en una pared de la cava familiar. Mucho lo he disfrutado releyéndolo. Ahora lo traigo aquí, pues trata de botellas de vino y algún destilado, pero particularmente de los hombres. Espero que ustedes lo disfruten como yo lo he hecho tantas veces al releerlo.