La historia social de la música occidental parte de la organización de la iglesia medieval, y como ella, permaneció estática durante setecientos años, atrincherada en el canto gregoriano. No había músicos profesionales, en el sentido de ganarse el sustento produciendo arte, sino que los mismos religiosos hacían e interpretaban la música para sus oficios litúrgicos. La música de la calle la hacían los trovadores populares y al final del medioevo, servidores de señores feudales en pequeñas cortes, principalmente de lo que ahora es Francia y el norte de Italia.
La eclosión del Renacimiento no le quitó el carácter de sirvientes a los artistas, pero los hizo menos pobres, pues los mecenas ahora eran los banqueros y comerciantes del norte de Italia. Y los hizo ricos en cuanto a ideas musicales, pues tomaron los elementos de la música profana, popular o cortesana y los integraron en las formas religiosas conocidas para crear los monumentos de la polifonía. Al final del Renacimiento surgió la ópera, que es la manifestación artística más sofisticada que se ha inventado.
El Renacimiento trajo algo más, la reforma religiosa de Lutero que cuestionaba, como más importante que todo, el libre albedrío de los humanos, si es que Dios conoce el pasado, el presente y el futuro. Este atrevimiento, que terminó en una partición más de la iglesia de Cristo, explica la audacia de Johann Sebastian Bach, el barroco, al ofrecer una interpretación diferente de los Evangelios en su obra cumbre, la Pasión según San Mateo.
En el período clásico, que probablemente se llamó así por haberse dado al mismo tiempo que en las otras artes se dio el neoclásico, el mundo estaba completo, cerrado y en equilibrio. Se volvía a los ideales estéticos griegos y latinos. El siglo XVIII representaba la perfección social y de gobierno, y hay quien aún piensa eso. Así fue su música, perfecta; y si alguien lo duda, que lo pregunte a Haydn, a Mozart o al joven Beethoven.
Pero esto no duró. En la música ni cincuenta años. Las injusticias sociales que Beaumarchais, da Ponte y Mozart denunciaron en Las bodas de Fígaro, estallaron en la Revolución Francesa de 1789. Los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad se tornaron vigorosos y apareció el Beethoven liberal, que literalmente grita en la Novena Sinfonía para abrazar a la humanidad, después de abrirse paso con afanes, pero con la seguridad de su genio, hasta las cumbres más altas de la intelectualidad. Surge Wagner, el socialista heterodoxo, que analiza y critica la moral del poder en el inmenso Anillo del Nibelungo. Idealismo que se sublima en Mahler, con solo música.
El ideal se rompió en forma brusca. Si la gente común tenía razón, algunos de sus dirigentes no estaban de acuerdo. Estalló la Primera Guerra Mundial, que ha sido la mayor crisis existencial de la humanidad. El mundo se volvió feo, física y espiritualmente. Y el arte también, que sólo denunciaba los pecados de su tiempo. Los valores tradicionales habían sido traicionados y no se podía pintar, escribir o componer como antes. El modernismo sentó sus reales, a pesar de que la gente no estaba educada para él. Y por primera vez, el público no dictó las normas estéticas, fueron los artistas. Nosotros, ahora, tenemos que ir a ellos. Y ésta es sólo una opinión: ¡Vale la pena!
Estamos en este camino. En un mundo que experimenta fórmulas para un mejor vivir, cuando parece que eso no es posible. En un mundo idealista, más que el del siglo XIX, porque el actual está consciente de sus carencias y de sus errores; como Stravinski, que fue capaz de reconocer los excesos y equivocaciones, volver los ojos al pasado y construir un nuevo y bello presente. En música se llama neoclasicismo; en humanismo, no lo sé.