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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 21 de noviembre de 2022

A PROPÓSITO DE LA MÚSICA CONTEMPORÁNEA.

Dalí.    Los relojes blandos.    1931  


Hace dos semanas estuve en dos conciertos donde se escuchó música contemporánea; mucho la disfruté. Sé que no abundan los melómanos con el gusto por hacerlo y por ello quiero platicar de algunas razones. Lo primero que se me ocurre es que vale la pena definir algunos términos.


Dice el Diccionario de la Academia Española de la Lengua que contemporáneo es aquello que existe al mismo tiempo que otra persona o cosa. En tratándose de música, es aquella creada durante los años que nosotros vivimos. Con este concepto, en mi vida diaria actual, de la música que escucho, la contemporánea representa menos del veinte por ciento. Esto es más o menos lo que ocurre en todo el mundo y ello significa que vivimos en la época en que menor cantidad de música contemporánea se escucha.

Aclaremos otros conceptos. La música occidental se clasifica en estilos que corresponden a épocas: medieval, renacentista, barroca, clásica, romántica y moderna. Los nombres en general se deben a coincidencias con períodos sociales o artísticos de la humanidad, pero tienen características muy definidas en cuanto al modo de usar los diferentes elementos de la música. Pero cuando un músico compone una obra, no lo hace pensando que es un barroco, un clásico o un romántico; escribe conforme a los patrones en ese momento en boga y si tiene talento suficiente, inventa recursos que lo harán trascender. Si no, desaparecerá de la historia al momento de morir.

Cuando Bach, Mozart o Beethoven componían, hacían música contemporánea y casi no había de otra. Los autores eran los mismos intérpretes y no ejecutaban obras ajenas; era excepcional el caso de Beethoven que tocaba y dirigía desde el piano algunos conciertos de Mozart. Pero en general, cuando un músico moría, dejaba de oírse su obra. Bach quedó sin escucharse durante cien años. Y los músicos vivos tenían que escribir mucho, pues la demanda era grande; Vivaldi escribía un concierto cada semana, Bach una cantata y Schubert varias canciones. Y así muchos otros que no trascendieron. El público consumía el producto del momento.

Eduardo Mata (1942 - 1995)
Director de orquesta mexicano.

No se sabe con certeza porque cambió la situación, pero el hecho es que ahora se oye más música antigua que nunca. Hay quien culpa de ello a Mendelssohn por ser el primer autor-director que no tocaba música propia exclusivamente. Sus méritos de rescatar a Bach y a Schubert inhibieron la creación de música contemporánea, incluyendo la propia. La gente empezó a ir a los conciertos para escuchar a los antiguos, dando la espalda a los de su tiempo. Apareció una nueva calidad de músico, el director de orquesta, que decide que se escucha y que no.


A pesar de esto se mantuvo un equilibrio entre el gusto por la música nueva y la vieja. Con ansia se esperaban los estrenos de Chopin, Liszt, Wagner y Mahler. Y qué decir de Verdi o de Puccini, a quienes el pueblo y editores italianos apresuraban para que terminaran sus óperas.


El equilibrio se rompió a raíz de la Primera Guerra Mundial, crisis de la humanidad que la sacudió toda entera. En la música terminó con el romanticismo, pues los artistas no pudieron seguir componiendo conforme a patrones que formaban parte del sistema social fracasado. Los nuevos modos no fueron entendidos ni gustados por el gran público, cuya sensibilidad y pensamiento social se desarrollaban más lentamente que los de los artistas. Los abandonaron para volver los ojos y los oídos a la vieja estética.



Un golpe muy fuerte a la música contemporánea en la segunda mitad del siglo XX fue la industria del disco. La educación y la propaganda han hecho crecer enormemente el público que gusta de la música clásica. Pero tal educación y propaganda se ha dado con la música vieja. La demanda es mayor que lo que pueden ofrecer en conciertos los intérpretes y en obras nuevas los autores. Y la industria del disco compacto se ha dado a desenterrar enorme cantidad de obras antiguas para ofrecerlas al ansioso consumidor, que ahora ni salir de casa necesita para disfrutar de la música. Esta labor de paleografía tiene méritos, pero como en el caso de Mendelssohn, contribuye al desinterés por la música nueva.

En todo esto hay un riesgo grave: que, como en el Medioevo, nos quedemos anclados a formas arcaicas y limitemos la experimentación en los terrenos del arte. Sin ella, jamás se darán nuevas formas de belleza, que seguramente existen y que están por salir de las las mentes y plumas de los músicos contemporáneos. Por eso hay que estimularlos, por lo menos con nuestra presencia e interés, para que sigan en la búsqueda de nuevos modelos estéticos, de los cuales probablemente haya que ensayar cien antes de encontrar aquel que llene los requisitos de belleza y originalidad que lo hagan trascendente. Seguramente existe y algún día tendremos la gloria de presumir una obra maestra a cuyo estreno mundial asistimos. Yo creo en eso.