Acerca de mí

Mi foto
Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

Seguidores

Archivo del Blog

jueves, 22 de abril de 2021

INTERMEZZO 16. REFLEXIONES ANTIGUAS DE UN ANDARIEGO DURANTE LA PANDEMIA 2020

Este ensayo es antiguo, de agosto del 2020, y refiere mis experiencias íntimas de entonces por el encierro obligado por el COVID-19. 
Ya estaba abierto este blog, pero lo mantenía exclusivo para los temas señalados en el nombre: "De Vinos, Música y Neurología para profanos". Poco tiempo después lo abrí a otros temas, incluyendo el COVID-19, en los intermezzi de los jueves, pero este no se me ocurrió ponerlo entonces. 
Quizá ya sea extemporáneo, pero muestra mis conceptos y reacciones de entonces ante tal pandemia, que  no dudo en reconocer como una de las peores calamidades que ha sufrido la humanidad en su historia. Creo que puede ser interesante conocerlos en retrospectiva. Por eso lo traigo ahora. Así pues:



REFLEXIONES DE UN ANDARIEGO DURANTE LA PANDEMIA 2020                                        Agosto de 2020

Ya completé cinco meses encerrado en casa como “precaución” para evitar que se me pegue el SARS-CoV-2, virus responsable de la enfermedad COVID-19. (COrona VIrus Disease–2019). Es más miedo que precaución, pues ya soy de más de ochenta años y mi sitio de trabajo es un hospital COVID de mi ciudad. Como todos los de esa responsabilidad, casi siempre está saturado y entregando malas cuentas. Así es esto de la pandemia que ahora padecemos, soportamos y espero que podamos seguir soportando, porque no se ve para cuando termine.

¿Qué hago mientras no hago nada en casa? Al principio, en marzo, hacía nada. No atendía pacientes, sólo daba clases en línea y cero de otras actividades académicas; casi no me movía. Siempre hubo buen trabajo doméstico, pero me iba a morir de desidia, más que de depresión. Mi vela se apagaría más aprisa que despacio.

Empecé a caminar fuera de la casa, siempre con cubrebocas, que en ocasiones era un paliacate a la usanza de maleante, mayormente si salía con anteojos oscuros. Hubo vez que alguien se asustó por ello y por ello, yo también. Caminaba, y camino, corto, largo o ni corto ni largo y ahora ya no lo dejo, salvo “causa de fuerza mayor”, como que llueva mucho. Mucho me ha servido para lo físico y lo mental; creo ahora que mi vela no se quiere apagar.

Mientras camino, miro mucho.  Veo las calles, las casas y sus rincones, me asomo por sus rejas; miro a la gente y trato de imaginar quienes son, cómo son, como viven y que hacen, además de andar en la calle como yo, aunque los andariegos ociosos somos pocos. Veo los paisajes, lejanos y urbanos. Me encantan las muchas flores callejeras que hay en mi colonia y muchas caen bajo el disparo de mi teléfono-cámara. Hago selfis con mi sombra y hago compras caseras: que si leche, que si pan, que si galletas, que si una fruta o que si nada. Pero veces hay que nada de eso hago al caminar, sólo pienso y reflexiono sobre cualquier tema, interesante o banal, nuevo o antiguo en mi bagaje mental. No es raro que reflexione sobre COVID-19; no sobre sus aspectos materiales, sino sobre su pensamiento.

Porque estoy convencido que el SARS-CoV-2 es un ser vivo e inteligente, que ha desarrollado ideas propias y las ejecuta. Aclaro lo de “un ser vivo” porque una mayoría importante de científicos en todo el mundo consideran que los virus no son seres vivos. Y es inteligente porque recoge la información que particularmente le conviene, la analiza y actúa en consecuencia para los fines que ha concebido en su largo peregrinar como especie (?) en la Tierra, peregrinar que posiblemente sea de miles de años y en diferentes hábitats animales. Pero el problema son sus fines, no su antigüedad.

Porque el SARS-CoV-2 es malo y taimado. Muchísimos años vivió en los murciélagos del Lejano Oriente, pero no los acabó ni generó una pandemia murcielaguesca. Quizá estos bichos sean, inmunológicamente, más inteligentes que nosotros. SARS-CoV-2 se aburrió de que no pasara nada con sus huéspedes habituales, aprovechó la convivencia de ellos con los sufridos humanos y ahí los atacó, en una provincia de la China lejana; lejana para nosotros. Y en un diciembre se “los echó”. Los humanos occidentales lo supimos, pero no hicimos mucho caso: “era problema de chinos”. Pero desde entonces fue un bicho malo. Mataba a muchos hombres buenos y no a los malos. Se ensañaba con los viejos y no bastaban los hospitales para atender las pulmonías que causaba. Eso era difícil y costoso; era terapia intensiva y asistencia ventilatoria; ninguna comunidad humana estaba preparada para ello y no hay antibióticos que lo maten.

Pero miren ustedes que, sin saber bien como, se apareció el siguiente febrero en Europa, la occidental: Italia, España y Alemania. ¡Con eso de que las gentes viajan ahora tanto por avión! Allá todo fueron facilidades para el bicho. Cada semana, muchos miles de ciudadanos fanáticos se congregaban al redor de veintidós futbolistas que, además de patear una pelota se pateaban entre ellos. Pero si algunos pocos de los miles de gritadores en la tribuna, sin saberlo traía el virus en su garganta (porque recién había regresado del Oriente), rápido lo regó y se integró la epidemia en muchos lugares, tantos, que se convirtió en pandemia, es decir: que se contagió todo el mundo: América, Oceanía, la Polinesia y demás. Y en casi todos los países nos ha ido muy mal: muchos contagiados, muchos muertos y parálisis económica, además de más violencia.

Si no quieres contagiarte, no salgas de tu casa para nada, aunque pases hambres. No recibas ni veas a nadie. No salgas a trabajar, que, al fin, para nada necesitas el dinero, encerrado y sin recibir a nadie. Si te aburres, ve la televisión, que ahí te dirán como va creciendo la pandemia, te pasarán películas viejas y verás juegos de fútbol con estadios vacíos. Vacíos están para vengarse del SARS-CoV-2:

- “A ver, tal por cuál; ¿que puedes hacer ahora?”

Pero sigue haciendo mucho mal. A este COVID-19 se le compara con la peste de la Edad Media y con la influenza del 1918-1919. Si bien aquellas pandemias mataron muchos humanos inocentes, posiblemente no hayan sido tantos, en cifras absolutas, que ésta por SARS-CoV-2.

La esperanza verdadera radica en la producción de una vacuna efectiva disponible para toda la humanidad (más de 7,000 millones de humanos desolados), pero parece que eso no ocurrirá a corto plazo. Otra esperanza, aunque incierta, impredecible y riesgosa, es atenerse a la inmunidad de rebaño. De eso, si acaso, diremos otro día. Mientras tanto, sigamos aislados, que es lo mejor; fortalezcamos la vida familiar inteligente y creativa y salgamos a caminar, por rumbos no transitados, con cubrebocas, aunque sea de paliacate y con anteojos oscuros, y sigamos curioseando todo los que se nos atraviesa, que es la mar de divertido.



lunes, 19 de abril de 2021

DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA ESTABA EQUIVOCADO

Don Pedro Calderón de la Barca
(1600 - 1681)

 






    

     “…que toda la vida es sueño,
             y los sueños, sueños son.”






Así termina Segismundo su famoso soliloquio, cuando piensa en la vida y en su suerte. ¿Dónde? En La vida es sueño de don Pedro Calderón de la Barca (1600 – 1681).

Pero don Pedro se equivocó. Dicen que los recién nacidos, que duermen veinte horas al día, sueñan en casi todas ellas; pero que me digan ¿cómo saben que sueñan y lo que sueñan? Por ahora, no hay estudio neurofisiológico que soporte tal afirmación y nunca existirá, entre otras cosas, porque los sueños son experiencias subjetivas vitales, generadas durante el sueño, matizadas en la vigilia y conservadas en la memoria.

Se pasa a ser niño, se crece y en los años de primaria quizás yo soñaba, pero no lo sé ni hay modo de averiguarlo. En mi despertar a la pubertad y la adolescencia soñaba yo mucho, sin orientación temática en lo general, pero casi siempre los sueños se referían a experiencias inmediatamente pasadas, de índole cualquiera. Estos son ahora, si acaso, vagos recuerdos que nunca me ocupé de preservar por escrito, aunque alguna vez lo pensé.

En toda mi vida sólo tengo memoria de un sueño terrorífico. De catorce o quince años, en esa fase del sueño en que se está por despertar. Mi madre entró a mi cuarto y viéndome dormido, suavemente me besó en la frente. Esa muestra de amor fue el detonante de un sueño en que sobre mi frente estaba parado, con sus cuatro patas en tan limitado espacio, un gran tigre de Bengala rugiendo y amenazante; desperté de súbito con gritos de terror. Ese sueño sigue tan vivo ahora como cuando lo tuve

Seguí soñando mucho mientras me convertía en adulto y dormía a pierna tendida, de tarde en la siesta o de noche. Llegado a la adultez, más o menos cuando me casé, bajaron muchísimo mis noches de soñar; quizás las ocupaba en otras cosas y no hubo sueños recordables.

Pasan los años, se avecina la senectud, cambian los modos de vida. Los viejos ya con años en deuda con la vida, dormimos poco y soñamos menos, si acaso soñamos. Y nuestros sueños son evanescentes; por lúcidos, emotivos o simpáticos que sean, al despertar pronto los olvidamos, con cualquier motivo, pretexto o sin alguno. Nada queda para recordar de ellos, así son. Don Pedro Calderón de la Barca estaba equivocado.