Esta es una anécdota personal, de las primeras que puedo referir de mi vida. Tenía yo ocho o nueve años cumplidos cuando debuté como público de la música sinfónica. Fue en un concierto en el Palacio Chino, sala de cine muy grande en la calle de Bucareli en la Ciudad de México, que los domingos por la mañana se habilitaba como recinto sinfónico para orquestas de calidad de la propia ciudad o extranjeras; nunca para la Orquesta Sinfónica Nacional, cuya sede siempre ha sido el Palacio de Bellas Artes. A ese mi debut como público de la música de concierto me llevó mi madre, que fue la guía inicial e invaluable de mi cultura. Ignoro que orquesta escuché, quien la dirigió y el programa completo, pero desde entonces tengo claro e inolvidable que el programa cerró con la Quinta Sinfonía de Chaikovski.
No tengo memoria detallada que el tal concierto de mi debut como melómano me haya gustado o fastidiado, pero sin pena ni gloria llegué a la última parte del programa, la Sinfonía No. 5 de Piotr Ilich Chaikovski. Debo haberla escuchado con atención profunda por los hechos que referiré.
Repito que tuve atención profunda durante los tres primeros movimientos, lo que interpreto como que "por lo menos no me molestaron". Pero en el cuarto ocurrió el fenómeno del "dolor de piernas". Mientras transcurría y me emocionaba por el gusto de escuchar música tan bella, me empezaron a doler los muslos en su cara anterior, no al grado de gritar o llorar, pero me dolían. Ahora interpreto, como neurólogo que soy, que la emoción placentera dio lugar a una contractura refleja de los músculos de la cara anterior de los muslos (yo mucho tiempo los llamé piernas), que me dolían, pero era un dolor placentero, que surgió de mi emoción estética por la música que enfrentaba.
Terminado el concierto y salidos a la calle, en un rato despareció el "dolor de piernas por la música", pero su aparición se quedó por algún tiempo como signo de gusto por la obra que yo escuchaba. Si no me dolían las piernas, era signo de que la obra no me gustaba, no era buena. Esto, por fortuna no duró mucho, unos meses nada más.
Esto me vino a la memoria porque el pasado viernes 20 de octubre estuvimos una vez más en la Sala Tlaqná en un concierto de temporada de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, que, bajo la dirección de su titular, el maestro Martin Lebel, cerró el programa con una estupenda versión de la Quinta Sinfonía de Chaikovski. No me dolieron las piernas, aunque la obra sonó estupenda, como es el sello de la casa.