Verde, neblina y cultura son tres denominadores comunes en estos lares veracruzanos donde he decidido pasar el último tercio de mi vida.
La noche del 1° de julio rompí la abstinencia de unos treinta meses de conciertos sinfónicos de calidad y si he de hacer énfasis en el adjetivo calidad, habría de remontarme a varios meses más. La buena música clásica en vivo ha sido un gran alimento espiritual en mi vida desde antes de tener yo diez años y desde entonces me acompañó sin falla. Factores varios, entre ellos pero no el único la pandemia de CoVid, me ausentaron de las salas de concierto; ahora, el 1° de julio, regresé a la Sala Tlaqná, en la Zona Universitaria de la Universidad Veracruzana, para el último concierto de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Xalapa (OSX), institución universitaria a la que en muchas ocasiones se le ha considerado la mejor de México. Aleluya y gracias a la vida, que me ha dado tanto.
El concierto abrió con Canto del ruiseñor (1908 - 1914) de Igor Stravinsky (1882 - 1971), que es como casi toda su obra, una pieza muy compleja y estridente, pero fascinante. Compleja es toda la obra de este señor, pero esta lo es más. Lo es porque en los seis años que tardó en completarse fue ópera, poema sinfónico y ballet, y finalmente fue las tres cosas. Empezó como el primer acto de una ópera basada en el cuento El ruiseñor de Hans Christian Andersen. Terminado el primer acto se interrumpió la composición por sus entregas de ballet para Serguei Diáguilev: El pájaro de fuego, Petrushka y La consagración de la primavera, que fueron éxitos arrolladores, escandalosos y trascendentales. Retomó El ruiseñor en 1913 para terminar la ópera pero haciéndola simultáneamente un poema sinfónico, pieza de concierto que demanda una base argumental descriptiva. Así la completó en cuatro partes que son Presto (como introducción meramente orquestal), Marcha china, Canto del ruiseñor y el Ruiseñor mecánico, entregando al mundo una pieza sinfónica extraordinaria e inolvidable, compleja y estridente, de apenas veinte a veintitrés minutos. La escuchamos en una interpretación magistral de la OSX bajo la batuta de su titular, el maestro francés Martin Lebel que arrancó un aplauso muy sentido, caluroso y merecido por parte del público asistente.
El programa continuó con Burlesque para violín y orquesta (1922) de Pancho Wladigeroff (1899 - 1978), compositor búlgaro. Es una pieza de concierto para lucimiento de un violinista virtuoso, amigo del compositor o capaz de encargarla. Desde luego, son piezas de difícil ejecución donde el solista debe mostrar sus grandes capacidades de virtuoso, impresionar al público y ser admirado. El viernes pasado, el violinista encargado de recrear esta obra fue Borislav Ivanov Gotche, violinista ruso afincado en Xalapa desde hace veinte años y que ocupa un atril en la sección de segundos violines de la OSX. Solista y orquesta lo hicieron muy bien y consiguieron entusiasmar grandemente al público, que aplaudió hasta que se dieron dos encores, también muy lucidos.
Dmitri Shostakovich |
La velada cerró con la Sinfonía No. 1 (1923 - 1925) de Dmitri Shostakovich (1906 - 1975), que es uno de mis compositores favoritos. Esta obra en particular nunca la había escuchado en vivo y su anuncio en el programa fue uno de los motivos para asistir al concierto del viernes pasado. Es una pieza que compuso entre los 17 y los 19 años y fue su obra para recibir el grado de compositor en el Conservatorio de Petrogrado, la actual San Petersburgo y siempre la capital artística de Rusia. Esta primera sinfonía ya es característica de su autor por sus melodías breves, hermosas y muy dinámicas y el rico manejo armónico y rítmico de las mismas, pero no me llenó, no me gustó del todo, me pareció recortada. Pero bueno, la culpa la tengo yo, que llegué con la esperanza de escuchar algo como su Quinta sinfonía, sin tomar en cuenta que era la obra de un joven apenas en la mayoría de edad.
Finalmente, fui al concierto por Shostakovich y salí encantado con Stravinsky. Bueno, rusos los dos del primer cuarto del siglo XX.