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Oliver Sacks (1933 - 2015) |
De este blog podría decirse que fue inspirado por o diseñado para Oliver Sacks. La verdad es que no fue ninguna de las dos, pero ese señor representa algunos de los ideales de estas páginas.
Oliver Sacks fue químico, luego médico, después neurólogo y siempre humanista, pero desde sus años jóvenes en Inglaterra estudió y aprendió música. Era un buen pianista aficionado además de un teórico de la matemática y la lógica de la música. En términos modernos se diría que fue un neuromúsico (perdón por el neologismo, es mío).
Su concepto de la música parece apoyarse en las conclusiones de aquellos alienígenas de la novela "El fin de la infancia" de Arthur C. Clarke. La curiosidad los lleva a descender a la superficie de la Tierra para asistir a un concierto, que escuchan educadamente. Tienen que admitir que eso que llaman música es, en cierto modo, eficaz para los humanos, fundamental para la vida humana. No obstante, carece de conceptos, no elabora proposiciones; carece de imágenes y símbolos y es el material del que está hecho el lenguaje. Le falta poder de representación. No guarda una relación lógica para el mundo.
Pero la música nos afecta de un modo que ninguna otra actividad creativa humana consigue hacerlo, estableciendo una conexión. directa entre nuestro sentimientos y lo que escuchamos, pero también entremezclando nuestras vivencias con los sonidos que nos rodean y que, posteriormente, permiten a nuestro sistema nervioso recuperar lo vivido como una llave a un tiempo pasado y tal vez olvidado.
Sólo en épocas más recientes se ha estudiado de manera sistemática el influjo de la música en nuestro cerebro. Los primeros psicólogos y neurólogos abrieron paso a través del estudio de casos singulares. Ahora, la moderna tecnología, particularmente la resonancia magnética funcional, ha permitido radiografiar la actividad cerebral favoreciendo una acercamiento más científico, creando, en palabras del propio Oliver Sacks, una neurología de la normalidad.
Muchos de sus libros tratan de casos clínicos de enfermedad neurológica que se manifiesta, en mayor o menor grado, por trastornos de la relación de pacientes con la música. En Musicofilia, que data del 2007, Sacks se dirige a la intersección de la neurología y la música; la música como aflicción y como tratamiento. En el libro recopiló gran parte de la información disponible sobre el cerebro y la música, el modo en que nos influye, pero también los infinitos modos en. que la música se adueña de nuestras mentes, no siempre para bien, y de que modo la música puede acudir en ayuda del enfermo. Sus capítulos describen casos clínicos, con delicadeza y cercanía a pesar de lo arduo del tema o lo espantoso de las situaciones descritas, porque también la música engendra monstruos.
La primera parte del volumen, Poseídos por la música, describe como en ocasiones la música puede convertirse en una obsesión. Es el caso de un médico, totalmente ajeno a cualquier interés por la música más allá del silbido camino del trabajo, que, tras sobrevivir a un rayo, desarrolla una pavorosa afición por el piano, al que termina por dominar a la perfección a costa de su vida profesional y su matrimonio.
En la segunda parte de Musicofilia, Una musicalidad variada, Sacks repasa casos como la sinestesia musical, en la que el sujeto identifica escalas con colores o sabores, una experiencia más frecuente de lo sospechado. Esto enlaza con la presencia excepcional de personas con oído absoluto, capaces de identificar una nota aislada de manera perfecta. Pero esta perfección puede perderse con facilidad, lo que altera de manera definitiva la percepción musical del individuo que, en ocasiones, termina por no ser capaz de distinguir una simple armonía.
En el capítulo Memoria, movimiento y música, Sacks destaca la conexión entre enfermedades como el Parkinson y la música como medio de mitigar sus manifestaciones más aparatosas o el síndrome de Tourette, cuyos espasmos y tics parecen controlarse cuando el paciente se enfrenta a una actividad musical.
Parecida influencia parece ofrecer la música en el caso de la afasia, la incapacidad para el lenguaje (su emisión o comprensión), que parece ser burlada cuando la música entra en juego. Personas incapaces de pronunciar una frase completa pueden elaborar complicadas reflexiones empleando melodías conocidas.
Por último, en Emoción, Identidad y Música, el autor reflexiona sobre la depresión, los sueños musicales y otras interacciones entre los aspectos más sensitivos de nuestro espíritu y la música.
Carente de la dinámica de otros textos de Sacks, Musicofilia amenaza desintegrarse en un catálogo de fenómenos disparatados. Lo que hace que Musicofilia sea coherente es el mismo Sacks. Él es el argumento moral del libro. Curioso, culto, interesado, en sí mismo justifica la profesión médica y, podría decirse, la raza humana. Sacks es, en suma, el exponente ideal de la visión de que la respuesta a la música es innata a nuestra especie. También es el guía ideal para el territorio que cubre. Musicofilia les permite a los lectores unirse a Sacks en donde es más vital, entre melodías y con sus pacientes.
Resulta sorprendente que haya esperado hasta el final de su carrera (Sacks nació en 1933) para escribir esta obra. La música le sirvió para aumentar su disfrute de la vida y para salir airoso en momentos difíciles. Tal vez por todo ello, Sacks haya preferido esperar para escribir este libro como testimonio de su pasión.