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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 6 de marzo de 2023

ANECDOTARIO DEL VINO 1

Estandarte de Ur, Mesopotamia. Tablero sumerio de 5000 años de antigüedad.
Representa la paz y muestra un brindis con vino, el más antiguo que se conserva.


Del vino se sabe que los humanos lo consumimos desde hace unos ocho mil años y que su origen se dio en el Cáucaso. Del descubrimiento que dio lugar a tal afirmación, se infiere también que el vino era toda una industria que lo surtía a una población consumidora y que seguía, para la consecución final de tal bebida, un proceso similar al que se usa en la actualidad en todo el mundo para ello.

Se ha dicho que el vino vino a ser un producto gourmet a finales del siglo XIX y que antes de ese tiempo era bebida de desarrapados para abajo en la escala social. El Estandarte de Ur, que encabeza esta entrada y que data de cinco mil años, muestra el brindis con vino de siete jefes de estado que celebraban la concordia entre ellos con vino que seguramente era bueno y que se ofrecía en ocasiones tan trascendentes como ese pacto de paz. Seguramente era un buen vino.

Y ahora, una anécdota que refuerza lo aquí dicho:

Alejandro III de Escocia
1241 - 1286





En el banquete de bodas del rey Alejandro III de Escocia, en el año 1251, se bebió el equivalente a 135,000 botellas de vino para acompañar 60,000 arenques, 1,300 ciervos, 7,000 gallinas, 170 jabalíes y 70,000 hogazas de pan. Por supuesto que fueron miles de invitados y yo no fui incluido.

Esta anécdota la encontré curioseando por la Internet. Después busqué exhaustivamente otra referencia que la confirmara; no la encontré. ¿Será cierta o la inventaron? Yo creo esto último.





El degüello del Oporto

El vino de Oporto, que para los amigos sólo es el Oporto, es originario de esa bellísima ciudad y puerto de Portugal, que sin más recato se abre a la mar en el Océano Atlántico. Tiene mucha historia, en la que se distingue la de su vino, con características especiales que lo hacen único en el mundo. Hay tinto y hay blanco, pero es un vino de alta graduación alcohólica, hasta del 25%. Esto se consigue porque el proceso inicial de fermentación del mosto en un momento dado se interrumpe al agregarle destilado de uva, brandy, lo que detiene la fermentación y le deja una consistencia y sabor únicos. Como en todos los vinos, hay diferentes calidades y precios, pero el Oporto, en general, es caro.

Hay una tradición más que centenaria en la región: A las niñas, desde que nacen y con cualquier motivo festivo, se les regalan botellas de Oporto, que van juntando en casa por años para abrirlas en su fiesta de bodas; eso significa qué hay vinos de veinte, veinticinco o más años, que en general están magníficos para gustarlos. El Oporto dura bien, pero lo que puede echarse a perder con el paso de los años es el corcho, que la humedad continua a la que está expuesto lo pudra; al descorcharlo se fragmenta en muchos pedacitos que contaminan el vino y lo echan a perder; tantos años y cuidados tirados al basurero.


En Portugal y ahora en muchos países civilizados del mundo, degüellan la botella para no descorcharla. Se utilizan unas pinzas tijeras que se calientan al rojo vivo y se aplican alrededor del cuello; después de un tiempo conocido por los somelieres expertos en ello, retiran la pinza tijera caliente y con agua helada enfrían lo quemado; entonces, con una ligera torción del cuello se desprende la boca de la botella con el corcho intacto. Esto es el degüello del Oporto.


Voy a terminar con una anécdota personal referente al Oporto.

Hace poco menos de cincuenta años ya hubo en casa una cava familiar con capacidad hasta de doscientos botellas de vino. Siempre fue muy variado su contenido, con preferencia de los tintos y siempre hubo Oporto, aunque nunca mucho. Por entonces conocí la anécdota de las botellas de Oporto que las novias portuguesas aportan, o por lo menos aportaban, como dote para su fiesta de bodas; todas les habían sido regaladas. Para entonces, mi hija tenía menos de diez años y decidí juntarle botellas de Oporto que llevara como dote a su fiesta de bodas. La fiesta tal nunca se dio y muchos años después ahí estaban las botellas de Oporto, muy viejas, algunas con casi cuarenta años de edad.

Ésta era una marca favorita en nuestra cava



Nos llegó el Covid 19, el encierro justificado, el no trabajar y después trabajar en forma limitada y finalmente la emigración a las Tierras Altas de Veracruz, desde donde ahora escribo. La cava se vació por consumo familiar de sólo dos. Dos o tres veces por semana se abría una vieja botella, que no se reponía, pues no salíamos de casa. En algún momento le llegaba el turno a un Oporto, que los había, pocos, hasta de treinta años de viejos. Yo sabía del riesgo de los corchos, pero ni modo; nunca tuve las pinzas tijeras para degollar una botella, no las podía conseguir y mucho menos aprender a usarlas. Abría las botellas de Oporto en la forma convencional de extraer el corcho y me llegaron a tocar dos con el corcho podrido que salió apedazado. No cundió el pánico; decanté el contenido de la botella a través de un coladorcito de agujeros muy pequeños y santo remedio, el Oporto resultó estupendo: añejo, sano, vital y exquisito. ¡Cómo lo disfrutamos!

¡Salud!