
Hace años, pero ya en este siglo XXI, estuve en una magnífica exposición española que se llamó como el título de esta entrada: Leonardo da Vinci y la Música, cuyo atractivo central era la exhibición de instrumentos musicales diseñados por ese hombre del Renacimiento, pero construidos en este siglo. Esto, porque Leonardo diseñó muchos instrumentos, pero sólo se construyó uno en su vida, una bellísima lira de plata en forma de cráneo de caballo. Dicen que era un excelente tañedor de lira e improvisador.
Leonardo da Vinci (1452-1519) es el príncipe del Renacimiento, entendiendo por ese título el principal de algo y no el hijo de alguien. El Renacimiento es el fenómeno socio-cultural más trascendente en la historia moderna de la humanidad occidental. Se dio desde los últimos años del siglo XIV hasta los primeros del XVI y se considera que su epicentro fue el norte de Italia, en particular, Florencia. Cuando se habla del Renacimiento, se piensa en el arte y se dice que fue el movimiento que regresó a los valores estéticos del arte clásico, helénico y romano, rompiendo las rígidas normas del medioevo cristiano. Pero el Renacimiento fue mucho más que eso y por eso mucho más fue trascendente. Rompió con la Iglesia Católica a través de la Reforma religiosa presidida por Martín Lutero (1483-1546) y le dio al hombre la posibilidad de encarar a Dios de frente, sin intermediarios, y de poder interpretar, personalmente, las Sagradas Escrituras. Al hombre le dio por explicarse las cosas y no aceptar explicaciones que no fueran propias. Así se dio la Revolución Científica y sus dilectos hijos y nietos, la ciencia y el método científico, que también eran un volver al modo helénico de conocer el mundo. Campeones de esta fueron, entre otros, Nicolás Copérnico (1473-1543) y Galileo Galilei (1564-1642), que defendieron, con riesgo de su vida, su convicción de que era el Sol y no la Tierra el centro del Universo. En la anatomía, Andrea Vesalio (1514-1564) disecó y dibujó al hombre en su mayor profundidad e intimidad. Paladines y mártires de la libertad de pensar, decir y discutir, fueron los españoles emigrados Juan Luis Vives (1492-1540) y Miguel Servet (1511-1553). El común denominador fue el humanismo, el hacer del hombre el centro del pensamiento y la acción humanos.
En este medio y con este entorno se dio Leonardo en Florencia, el Hombre del Renacimiento, arquitecto, pintor, escultor, inventor, ingeniero, creador de instrumentos musicales, cocinero, alquimista, gramático, poeta, anatomista y más y, primero que nada, hombre de ciencia. Leonardo hizo pocas pinturas, no más de veinte, pero es conocido en el mundo por la más famosa que se haya hecho: La Gioconda. Hizo miles de dibujos, algunos de los cuales representan su maravilloso manifiesto estético; otros, su aportación a la fundación de la anatomía científica y, por lo tanto, de la medicina moderna. Otros más, sus bocetos arquitectónicos, desde muy complejos como ciudades enteras hasta escenografías teatrales. Finalmente, muchos otros son sus diseños de inventor, inventor de todo, auténticamente y sin exagerar.
Las realizaciones de estos proyectos son muy escasas. Nunca se construyó edificio alguno conforme a sus planos seductores; sólo hay una escultura, la cabeza de un guerrero, definitivamente atribuida a Leonardo, y no causa revuelo alguno; no se construyó ninguna de sus máquinas guerreras o las voladoras; nunca se concretaron sus diseños domésticos; dejó muchas pinturas inacabadas, en ocasiones sólo bocetadas; y de sus muchos instrumentos musicales diseñados sólo construyó la bellísima lira de plata en forma de cráneo de caballo que, al parecer, el no tañía. Pero el legado de Leonardo da Vinci es espiritual y enorme. Consta de su manifiesto estético centrado en la figura humana, su curiosidad inagotable, su imaginación superlativa, la rigidez de su pensamiento científico y el sentido de libertad absoluta en el reconocimiento y el respeto del derecho ajeno. Quizá sea el mayor legado que hombre alguno haya dejado a nuestra humanidad.

Volviendo a la exposición que mencioné al principio, estaba centrada en instrumentos musicales diseñados por Leonardo pero de fabricación moderna. Había percusiones, alientos y cuerdas; los había mixtos y con modos raros de tocarse. También automáticos, para evitarse errores en el tiempo por parte de los ejecutantes, y algunos complicadísimos, tanto, que nadie en su sano juicio los toca, más que nada porque los resultados acústicos no son equivalentes a la dificultad. Todos están diseñados con un pensamiento de ingeniería más que musical y estaban destinados a obtener nuevos sonidos, mejorar los ya existentes y facilitar la producción de la música. Las tres joyas de la exposición eran una viola organista, que es una quimera entre clavecín y zanfona, el órgano de tubos de papel y la lira de plata en forma de cráneo de caballo. Lo que no se conserva es música compuesta por Leonardo da Vinci y de esto, mejor nada comento.