Acerca de mí

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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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jueves, 13 de julio de 2023

INTERMEZZO 59. REFLEXIONES EN IMÁGENES ABSOLUTAS.

PREFACIO EXPLICATIVO...


La fotografía a la derecha data de junio del 2021, cuando cumplí 84 años y vivía en Morelia, en la Loma de Santa María.
Al verla en mi teléfono celular, que es mi cámara, decidí que ella sería el símbolo de mi senectud, sin darme más razones que mi voluntad. Sentí entonces que ella era la expresión precisa de mis ideas al llegar a ese momento de la vida, sin que tuviera yo palabras para hacerlo mejor. Es como la música absoluta, que expresa las ideas del músico que no se pueden traducir al verbo. Es la imagen gráfica de mis ideas de viejo, que quizá sólo yo entienda.

Desde entonces, tomo muchas fotografías, al  parecer "sin ton ni son", pero son mis ideas que algunas comparto con ustedes algunos jueves. Hoy es el caso con motivo de mis primeros 86 años en este mundo y el intermezzo de hoy consta de sólo fotografías; en ellas hay algo de lo que pienso.
                        















Atrapada en la telaraña, será alimento de las crías.









Estos zapatos han sido la mar de inspiradores.




                   


                                                                                     









Por ratos siento que mi cerebro está como el hemisferio derecho de la imagen, me ganan las emociones; pero luego cambia y queda como el hemisferio izquierdo, algo más ordenadito.
¡Ojalá así siga, alternando!




































¡Gracias a la vida...!    




lunes, 10 de julio de 2023

DE "LA ÚLTIMA CENA" DE LEONARDO DA VINCI.

Leonardo da Vinci
(1452 - 1519)










"La Última Cena", de Leonardo da Vinci, es una monumental pintura al temple y óleo que decora el refectorio (comedor) del antiguo convento de Santa Maria delle Grazie, en Milán. Le fue encomendada por su patrón de entonces, el duque Ludovico Sforza, y tardó algo más de tres años su realización, del 1495 al 1498.





Refectorio del convento dominico de
Santa Maria delle Grazie, Milán.
Estado actual. 


Yo sostengo que en el arte no hay "mejor ni peor", simplemente hay "me gusta o no me gusta" o "me gusta más qué o menos qué...", pero también sostengo que "La Última Cena" de Leonardo da Vinci es de las obras de arte verdaderamente mayores del arte universal, de todos los géneros y todos los tiempos. El original, visto "en vivo" o en fotografías bien hechas, puede decepcionar, pues se ve "como viejo y mal conservado" y lo es. El tiempo, el descuido, los intentos de pintar algo encima, malas restauraciones y la Segunda Guerra Mundial, casi la desaparecieron; pero ahí está, en su segunda mejor época, la actual, que sólo desmerece ante la de Ludovico Sforza.




Representa, como su nombre lo dice, la ceremonia excelsa del mundo cristiano, en la que Jesucristo instituyó el sacramento de la Comunión y con ello fundó la nueva religión. Pero lo que la hace de un simbolismo excepcional es qué representa el momento en que el Jefe les dice a los doce iniciados que en la cena está el que esa noche lo habrá de traicionar y entregar a sus enemigos, pero no les dice quién es. Leonardo quiso, de manera gráfica y magnífica, exponer los sentimientos de cada uno de los trece presentes.


Cuando Leonardo pintaba personajes ya muertos y de imagen desconocida, pasaba un buen tiempo, hasta de años, buscando modelos en las calles que pensaba él que representaban, más en lo anímico que en lo físico, a su personaje en capilla de ser pintado para la posteridad. Así fue con La Última Cena, pero siendo trece personajes, tardó años buscando y encontrando modelos.

Ahora bien, como médula o corazón de esta entrega, voy a transcribir unos párrafos de la novela o ensayo fantástico: Diálogos entre Leonardo y Steve Jobs: en algún lugar del Universo de Luigi Valdés. Steve Jobs fue un empresariodiseñador industrial, magnate empresarial, propietario de medios e inversor estadounidense, cofundador y presidente ejecutivo de Apple; murió en el 2011. Luigi Valdés los estima equivalentes intelectuales a través de los siglos y esta idea no es despreciable. Los párrafos que transcribo se refieren a una confesión que le hace Leonardo a Steve Jobs; parece ser cierta.


Dice Leonardo: "Te voy a platicar una historia acontecida cuando pintaba 'La Última Cena' para ilustrar mi teoría.

- Cuando decidí aceptar el reto de pintar el fresco de 'La Última Cena', le pedí a mis ayudantes que buscaran personas reales que me sirvieran como inspiración para cada uno de los personajes. Estos modelos humanos no sólo tenían que ser parecidos físicamente al apóstol, sino que deberían tener también algunos de sus rasgos emocionales. El primer personaje que pinté fue el de Cristo. Debíamos encontrar un rostro que mostrara una personalidad inocente, pacífica y al mismo tiempo bella; un rostro libre de cicatrices y de los rasgos duros que deja la intranquila vida del pecado. Unos ojos profundos, que reflejaran su pureza de espíritu. La búsqueda no fue sencilla. Antes bien, duró meses, y después de desechar decenas de aspirantes seleccioné a un joven de 19 años como modelo. Lo tuve sentado frente a mí por un espacio de seis meses, mirándolo a los ojos, analizando su rostro y sus facciones, hasta finalizar al personaje central de la obra.

"El mismo procedimiento lo llevé a cabo durante seis largos años, hasta que pinté once apóstoles. El último personaje fue Judas Iscariote, el apóstol que traicionó y entregó a Jesús por 30 monedas. Es el mismo hombre que aparece en el cuarto lugar, comenzando por la izquierda, de pelo y barba negros. La selección de este último modelo, tampoco fue tarea fácil. Estábamos buscando a un hombre con expresión dura y fría; con un rostro deformado por sentimientos negativos como la avaricia, la decepción, la envidia, la hipocresía, la traición y el delito. Una persona que, con nada más mirarla me diera la sensación de que sin la menor duda traicionaría a su mejor amigo. Otra vez decenas de aspirantes fueron rechazados, hasta que alguien me informó que en un calabozo de Roma, sentenciado a muerte, se encontraba un individuo con las características que buscábamos".

"Viajé a Roma para verlo con mis propios ojos. Pedí ver al condenado a la luz del sol y encontré a un hombre vacío. Sin vida. Un hombre cuyo cabello largo y maltratado tapaba parcialmente una cara en la que podían verse dos ojos llenos de rencor y furia. Sus rasgos faciales pintaban frustración y engaño. Un hombre que serviría a la perfección para modelar lo peor de un ser humano".

"Pidiendo algunos favores personales, logré llevármelo encadenado a Milán para usarlo como modelo del último personaje. Durante varios meses lo senté frente a mí en silencio, mirándolo a los ojos, tratando de descifrar su maldad y desdicha para poderlas plasmar en el fresco".

"Cuando finalicé con él, le pedí a los guardias que se lo llevaran de vuelta a Roma. Apenas se puso de pié me preguntó:
- Maestro, ¿acaso no me reconoces?
La pregunta me tomó por sorpresa y volví a mirarlo a los ojos. Después de unos instantes le aseguré:
- Nunca te había visto hasta que te saqué de ese calabozo en Roma.
Para mi desconcierto, ese prisionero se hincó, unió sus manos en señal de plegaria, levantó sus ojos al cielo y murmuró entre sollozos:
- ¡Oh Dios! ¡Tan bajo he caído que ni el mismo maestro me reconoce!
Entonces buscó mis ojos con los suyos y exclamó:
- ¡Mírame de nuevo! ... ¡Yo soy aquel joven que hace siete años elegiste para representar a Jesús!"