Hoy
cumplo 84 años y temprano me felicité. Nací la mañana del 21 de junio de 1937.
Era lunes como hoy y hubo luna llena esa noche. Ochenta y cuatro años no son
pocos, pero tampoco muchos; depende de cómo le haya ido a uno en la vida.
A
mí me ha ido bien, muy bien, por lo que no me molesta la idea de cumplir
algunos más; no digo cuantos, porque eso no depende de mis deseos o voluntad.
Quejas no tengo de la vida y si penas he sufrido, no han modificado su curso
afortunado.
I. Fui de una familia atípica y de recursos económicos modestos, pero muy estimulante desde que tengo memoria y ahora capacidad de análisis retrospectivo. Jugué en la calle de una gran ciudad capital con mi pandilla desde los seis o siete años hasta como los quince; privilegio tal no se concibe ahora. Estudié los tres ciclos de educación antes del profesional en colegios particulares no especialmente caros, de orientación religiosa católica no fanatizante. El bagaje de información académica, cultural y social que me dejaron esos once años de estudio es incomparablemente mayor que la que ahora recogen estudiantes de esos grados en casi cualquier escuela del país. Hay excepciones honrosas. Esta formación previa me permitió hacer la carrera de médico cirujano con fluidez, hacer un hermoso servicio social en una isla de quinientos habitantes, graduarme con felicitación y acceder a la formación de postgrado con facilidad.
Mi
ámbito familiar, atípico como ya dije, pero más extenso que uno familiar
característico, determinó mi formación cultural y social en forma amplia,
sólida y disfrutable. Aprendí de música de todos los géneros y de varias otras
artes, me aficioné a la lectura, me hice experto en varios deportes y en la
tauromaquia, aunque nunca fui ni siquiera un mediano deportista, y me cargué
con una vasta cultura general que sigo disfrutando y procuro acrecentar. En esa
mi formación familiar participaron mi abuela, tíos de todos los grados, primos
de grados y edades diversos, sobrinos, múltiples seres humanos que vivieron en
mi casa sin relación familiar alguna y amigos de la familia muy significativos.
Pero la estrella colosal de mi formación humana total fue mi madre, María
Aurora. Este texto rinde un homenaje, aunque mínimo, a ella.
II.
Desde mi juventud temprana, la medicina permeó mi vida y la de mi nueva
familia. La especialidad escogida se ha manifestado a lo largo de mi vida como
la mejor que pude haber hecho y la hice en el mejor hospital que entonces podía
hacerse; me ha brindado sinfín de satisfacciones. En ese quehacer de buscar,
encontrar y desarrollarme en la profesión, encontré a la mujer de la que pronto
me enamoré, la enamoré y ha sido mi pareja y esposa desde entonces y hasta
ahora. Con intereses múltiples y diversos, pero con el amor, la especialidad
médica y la cultura como ejes de nuestras vidas, hemos hecho de ésta algo
estupendo e incomparable. La hemos disfrutado en nuestras ciudades de
residencia, en nuestro país entero y en el mundo, los que hemos caminado en
buena parte buscando y consiguiendo nuestra superación profesional y personal
en la cultura. Hemos sido ricos de ello.
Esta
segunda parte de nuestras vidas se iluminó hasta el esplendor desde hace ya
cincuenta años con el arribo y convivencia con nuestros hijos, dos, hombre y
mujer, que han sido y siguen siendo motores generadores de hermosos
pensamientos y profundos sentimientos. Crecieron, se educaron y formaron y hace
ya buen tiempo que dejaron su nido para hacer su vida no lejos, pero tampoco
cerca de nosotros.
Desde hace pocos años, apenas diez se cumplirán, la venida al mundo del nieto le dio a la vida luz, calor e intensidad esplendidos como yo nunca había imaginado que pudieran darse. Ojalá pueda yo disfrutarlo un buen tiempo.
III.
Marido y mujer, aunque solos, seguimos procurando un ritmo de vida parecido a
cuando éramos cuatro de familia, aunque con nostalgia por momentos fuerte. Transcurrieron
años, ya muchos, en que fuimos insensibles al paso de la vida, aunque era claro que nuestros
motores orgánicos se lentificaban. Seguíamos siendo los mismos, pero éramos
diferentes y lo soslayábamos, más yo que mi esposa. Hace ya dieciséis meses que
el CoViD-19 nos sacudió con energía y nos obligó a abrir grandes los ojos del
alma: somos de la tercera y última edad, somos frágiles ante muchas circunstancias
de peligro que se multiplican, estamos solos en nuestra ciudad y debemos
dejarla. Volveremos a viajar en nuestro país para acercarnos a nuestros amados
motores vitales, para, a su lado y calor, protegernos y revitalizarnos hasta
donde nos sea posible.
En paz
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos
injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al
final de mi rudo camino
que yo fui el
arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las
mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en
ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté
rosales, coseché siempre rosas.
...Cierto, a mis
lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me
dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda
largas las noches de mis penas;
mas no me
prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve
algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el
sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me
debes! ¡Vida, estamos en paz!
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