Acerca de mí

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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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jueves, 10 de septiembre de 2020

INTERMEZZO 1

DE MIS COMPAÑEROS ANDARIEGOS

Saben ustedes que ahora salgo diario a caminar por la calle, para mantenerme en buena forma en esta reclusión obligada por COVID-19, que no ceja en enfermar y matar gente. Lo interesante es que ya somos tantos humanos en el mundo, que una buena cantidad de congéneres salen envalentonados a la calle con toda la cara al aire, sin cubrebocas que los proteja a ellos y a los demás que cruzarse puedan. Dicen ellos que eso de la pandemia es mentira, y mayor es que mate tanta gente. Con envidiable frescura te preguntan:

  - ¿Sabes de algún vecino, familiar o conocido que se haya muerto o al menos enfermado de eso?

  - Pues la verdad, no, pero ya vamos en cientos de miles de muertos en el mundo en nueve meses y un más de un millón de afectados. Y nuestra ciudad no canta mal las rancheras.

  - Sí eso es real, ya te tocaba ver uno, por lo menos enfermo.

  - Es que somos más de siete mil millones de humanos en el mundo.

  - De todas maneras, ya te tocaba saber por lo menos de uno, y nada. La tal pandemia es un invento y no me pondré máscara alguna, pues no le tengo miedo ni te voy a contagiar.

  - Pues entonces, ¡Satanás, aléjate de mí, pues tú serás el primero de los contagiados que yo conozca!

Pero bueno, no todos los andariegos ociosos de mi colonia son así. Ayer me crucé, protegido yo con mi disfraz de maleante de anteojos oscuros y paliacate en la cara, con dos hermosas monjas jóvenes, delgadas y muy blancas, con su hábito formal pero moderno: blusa cerrada blanca de cuello alto, chaleco negro juvenil y falda negra delgada hasta media pierna. Por supuesto, medias también negras y delgadas (hacía un calor que si no de infierno, si de purgatorio), sencillas zapatillas y velo negros que de la cabeza caía hasta los hombros solamente. Las dos protegidas con sendos cubrebocas grandes de un blanco deslumbrante y modelo muy propio para monja joven y bella. Dignas de un cuadro de la escuela holandesa del siglo XVII o de la portada de una revista moderna de modas conventuales. Platicando entre ellas se cruzaron conmigo sin asustarse, probablemente porque ni siquiera cuenta se dieron de mí. ¡Qué sacudida para mi ego!

Y no todos mis cruces de andariego callejero por COVID-19 son tan afortunados. Mis compañeros más comunes son paseantes de perros, individuos solos, hombre o mujer, o familias de tres, cuatro o más miembros entre niños, adultos y perros, que de estos últimos los hay de todas las razas, sexos, edades y tamaños. No es infrecuente cruzarse con paseadores profesionales, que, ante la falta de otros trabajos, abundan en mi ciudad. Los hay con cubrebocas o sin él, pero nunca me he cruzado con perros que los usen. Cero perros callejeros, quizá víctimas ya del COVID-19 “para perros”. ¡Los chinos inventan de todo!

Pero lo que más me desconcierta en esos mis cruces con grupos simbióticos de dos especies animales inteligentes, es ¿quien saca a pasear a quien?: los humanos a los perros o los perros a los humanos. Es fascinante observarlos: "Jala para acá", "te arrastro para allá", “me vas a tirar, güey”, “a ver, alcánzame”, “no te vuelvo a sacar a pasear”, “iguanas ranas”, "obedéceme, ven acá”, “a ver la croqueta” “ya vámonos, Yoni, que allá viene ese señor con facha de maleante”, “si no me das croquetas dulces, me voy con él”. “Nooo, adiós. Vete con él, ingrato”.

Ahora soy yo el que sale corriendo y gritando ¡Nooo!


domingo 6 de septiembre del 2020


lunes, 7 de septiembre de 2020

DEL TIMBRE EN LA MÚSICA

 

En tres entradas previas, la última hace una semana, he dicho aquí de los tres elementos "arquitectónicos" de la música, que la soportan como los contrafuertes a una catedral: el ritmo, la melodía y la armonía. Otro, que no es un fundamento, es el timbre y, según algunos estudiosos, otro más la dinámica. Hoy me abocaré al timbre. A la dinámica nunca, pues no acabo de entenderla como elemento individual.

Para empezar, he de decirles que entre los artistas hay una tendencia a aplicar los términos de un arte a otro, y así hablan del ritmo de un edificio, de los arabescos de un poema o del color de una pieza de música. El timbre es el color del sonido, elemento fascinante por sus vastos recursos ya explorados y por sus ilimitadas posibilidades futuras. El timbre es la cualidad del sonido producido por un determinado agente sonoro y por sólo ése. Esta es la definición formal de algo perfectamente familiar para todos, pues así como casi todos pueden distinguir si un paisaje está  pintado en verde o en sepia, también es una facultad innata distinguir cuando un canto lo hace una u otra persona o cuando un tema musical lo toca un violonchelo o una tuba, aunque canten o toquen las mismas notas. No es cuestión de saber los nombres de las voces o de los instrumentos, sino sólo de reconocer por el oído, las diferencias cualitativas del sonido.

Un compositor, con un tema venturoso que se le ha ocurrido, debe escoger si lo va a confiar a la flauta, el clarinete, la trompeta o a cualquiera de otros seis posibles. Escoger  aquel que mejor exprese su idea. El ejemplo más citado para ejemplificar esto es el solo de flauta al principio de La siesta de un fauno de Debussy, el que nos parece inconcebible con otro instrumento, y es un hecho que cualquiera otro nos produciría una emoción muy diferente. En otras palabras, su elección está determinada por el valor expresivo de cada instrumento.

El compositor escoge sus instrumentos como el dramaturgo los vestidos de sus actores, de modo tal que al levantarse el telón, el espectador, con sólo verlos, sabe del estado de ánimo de los personajes. El compositor "viste" sus temas musicales con los colores adecuados para la emoción que trata de comunicar; así escoge entre un instrumento y otro o entre un grupo de instrumentos y otro.

Esta idea de relación entre un color y una melodía es relativamente moderna. Es muy probable que los compositores anteriores a Handel no hayan tenido un sentido muy aguzado del color instrumental. La mayoría de ellos ni se molestaban en aclarar qué instrumento querían para una determinada parte y lo mismo les daba que una partitura a cuatro voces la ejecutaran cuatro instrumentos de madera o cuatro de cuerda. Hoy en día, los compositores insisten en que los instrumentos se utilicen como vehículos de las ideas y llegan a escribir de modo tan característico que una parte de violín resulta intocable con el oboe, aun cuando se trate de registros tonales semejantes.

El proceso de penetración de los colores en la música ha sido lento y gradual. Primero se han tenido que inventar los instrumentos, después perfeccionarse y, finalmente, los ejecutantes han tenido que alcanzar el dominio técnico de ellos. Así, los diferentes timbres se han puesto al servicio de los compositores modernos, pero hay limitaciones insuperables, hasta ahora, que ellos tienen que conocer, como son limitaciones de extensión tonal, dinámica o de ejecución.

Dado que los instrumentos son máquinas en un proceso de perfeccionamiento continuo, los compositores de hoy disponen de ventajas que no tuvieron los antiguos, además de que aprovechan la experiencia de sus predecesores. Es por ello que de los logros más apreciados en las grandes obras modernas son los de "orquestación", es decir, la capacidad para usar con propiedad los muchos colores de la gran paleta musical moderna.