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Ludwig van Beethoven (1770-1827) |
Comparto
algunas memorias de mi primer viaje a Europa, que tuvo en la música una
motivación intensa y en el vino un encuentro significativo. Fue en los meses de
septiembre y octubre de 1970, hace cincuenta años justos. A partir de este
momento escribiré en primera persona del plural, pues fue una experiencia acompañado de mi esposa Sylvia y no concibo
los recuerdos sin ella.
Éramos
médicos jóvenes con dos hijos pequeños, que vivíamos en la ciudad capital. Además
de nuestra actividad profesional y vida en el hogar, asistíamos a cursos de
apreciación musical a cargo del musicólogo profesor Carlos Gruell Anders. Uno
de ellos consistía en el análisis de la obra completa de Ludwig van Beethoven,
del que ese año se conmemoraba el aniversario doscientos de haber nacido en la
ciudad de Bonn, Alemania, a orillas del río Rin. El profesor Greull organizó un
viaje grupal con algunos de sus alumnos a un festival conmemorativo de tan feliz
aniversario en la ciudad natal. Prometía ser una fiesta magnífica de seis
conciertos sinfónicos con las mejores orquestas de Europa y la orquesta de la
sala de conciertos de la ciudad, estupenda también. Los conciertos no serían
diarios, habría días libres intermedios entre ellos, que aprovecharíamos para
conocer un mundo nuevo que prometía abrirse para nosotros.
Ahora
recuerdo la primera impresión que tuve de la Renania al llegar al hotel de Bonn,
después del vuelo transatlántico desde nuestro país. Desde la recepción se
presentaba un paisaje de frente urbano y campestre al fondo. No se veía, pero se
sabía que ahí corría el Rin, río mítico y sagrado para muchos. Recién había
llovido y apareció en el cielo, de lado a lado, un arco iris completo, de 180
grados, de colores densos, intensos y muy bien definidos los seis. Nunca había
visto yo uno así. Dejamos las maletas en el vestíbulo y corriendo salimos al
río y al arco iris, a llenarnos de su magia e ilusión.
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Vista panorámica de la ciudad de Bonn y el río Rin
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La
experiencia estética musical que tuvimos en esa aventura ha sido siempre, para
nosotros, indescriptible e inolvidable. En un recinto moderno, cómodo, bello y
de acústica magnífica, la Beethovenhalle, tuvimos y disfrutamos la fortuna de
escuchar, el 12 de septiembre, a la Filarmónica de Viena dirigida por Karl Böhm
tocando la Obertura Leonora II, la Sexta Sinfonía y la Séptima.
La Sexta, conocida como Pastoral, no es de mis favoritas, pero me
dejó un recuerdo venturoso por muchos años.
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Beethovenhalle
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Días
después, la Orquesta de la Beethovenhalle, dirigida
por Volker Wangenheim, nos ofreció la Obertura Leonora I, el Concierto
para piano y orquesta No. 1 actuando como solista Christoph Eschenbach, y
la Segunda Sinfonía.
Días
de por medio, Herbert von Karajan, al frente de la Orquesta Filarmónica de
Berlín y con el Coro de la Sociedad de Amigos de la Música de Viena, nos brindó
una inolvidable Novena Sinfonía, cuya versión fue para mí, por muchos
años, un referente de calidad de esa obra. Nos sentimos muy orgullosos de ver y
oír a nuestra compatriota, la mezzo-soprano Oralia Domínguez, en el cuarteto de
voces solistas. Estuvo magnifica.
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Portada del programa de mano del festival |
El
18 de septiembre, una vez más se presentó la Orquesta de la Beethovenhalle con
su director titular, con la Obertura al ballet “Las criaturas de Prometeo”,
la Sinfonía No. 8 y el Concierto para violín y orquesta, llevando
como solista, nada menos que a Nathan Milstein, un histórico.Con
la Orquesta de la Concertgebouw de Amsteredam, dirigida por el entonces ya
legendario Eugen Jochum, escuchamos un programa soñado: La Obertura Leonora
III, la Cuarta Sinfonía y la Quinta para cerrar.
Nuestro
encantador y encantado festival terminó con la Nueva Orquesta Philarmonia de
Londres dirigida por Otto Klemperer con la Primera Sinfonía y la Tercera.
Esta es mi pieza sinfónica favorita y fue la única que desentonó en calidad en
todo el festival. Así es esto del arte.
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El valle del Rin |
Sobraba
tiempo en ese tiempo para algo más hacer que disfrutar a Beethoven. Ese algo
era vagar por pueblos y ciudades del valle del Rin, detenerse en paraderos
camineros y probar variedades “de la casa” del muy famoso vino del Rin,
vino blanco del que sabíamos, por lecturas y alguna experiencia personal, que era
un vino moderno, “blanc de blancs” de uva Riesling, amarillo muy claro con
tonos verdosos, ligero y afrutado, un poco dulzón, que va bien como aperitivo o
con ensaladas, peces y mariscos, algunas carnes blancas y también con postres.
Pero había que probarlo, en cada paradero pedir el “de la casa” y cuidar de no
excederse, pues había que seguir manejando, a otros pueblos o de regreso a
Bonn. |
Vino del Rin
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¡Qué
se yo cuántos paraderos visitamos, cuántos pueblos renanos conocimos y cuántas
copas de vino del Rin bebimos! Fue mucho de todo, pero todo bien, bueno y
hermoso, sin contratiempos y enriquecedor. ¿La mejor experiencia?: la humana.
Conocer y compartir, aunque en forma superficial por las limitaciones del idioma,
con el pueblo alemán, antiguo y moderno, culto y sabio, amistoso y compartido.
Al
término del viaje, reunido nuestro grupo en el aeropuerto de Frankfurt para
regresar, alguien dijo que no se vislumbraban próximos aniversarios importantes
como el de Beethoven que terminábamos de festejar. Otro contestó que el próximo
que valdría la pena sería el de los doscientos cincuenta años del nacimiento
del mismo Beethoven, en el año 2020. Casi todos lo miraron feo y fue opinión
mayoritaria que ninguno de los ahí presentes seguiría vivo para entonces.
Pero
seguimos, por lo menos mi esposa y yo. Sabemos que la mayoría no, pero es probable
que algunos más anden por ahí. Nosotros hicimos planes para asistir a un nuevo
festival Beethoven en Alemania ahora, pero el COVID-19 no permitió los festivales
allá y a nosotros nos ha confinado acá, quien sabe por cuánto tiempo. Para
esto, me atengo al tiempo.