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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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jueves, 24 de septiembre de 2020

INTERMEZZO 2. REFLEXIONES OBLIGADAS POR EL COVID-19.


 Soy gente mayor en claro riesgo de muerte en caso de enfermarme de COVID-19, lo que no me hace gracia. Además, soy médico con nada que ver profesionalmente con COVID-19, pero mi consultorio está en un hospital COVID de la ciudad, lo que agrava mi riesgo y el de mis pacientes si me da por trabajar. Por ello, y de buen grado, me he recluido en casa, saliendo lo mínimo necesario, sólo para hacer el ejercicio de caminar o abastecimiento alimentario. Esto, siempre cumpliendo las recomendaciones sanitarias de usar cubreboca y/o máscara, evitar el contacto físico con otras personas y respetar la “sana distancia”. Casi no manejo dinero en efectivo. Yo me cuido y cuido a los demás.

Todo esto no es obligado, es por convicción. Convicción de que la cuarentena así llevada es el modo menos costoso, en vidas humanas, de controlar esta pandemia por SARS-CoV-2 (éste es el nombre del virus). La vacuna de disponibilidad universal no estará lista en un buen tiempo todavía y, por las características del virus, parece que no será una panacea, no todo lo resolverá. La inmunidad de rebaño, que se obtiene exponiendo a toda la población al contagio para que el organismo de cada individuo “se rasque con sus propias uñas” y cree su propia inmunidad, sería costosísima en vidas humanas, hasta un panorama inimaginable.

Pero esta cuarentena tiene graves riesgos económicos y de salud mental. La crisis económica generada por el confinamiento general ha afectado gravemente a todos: ricos y pobres, empresarios y trabajadores, asalariados o autoempleados. El desempleo avanza a galope, la pobreza cunde, la violencia crece y la delincuencia se multiplica.  Todo esto no tiene remedio mientras la pandemia no amaine y permita salir y restablecer los nexos sociales que el encierro ha destruido.

El confinamiento también puede afectar la salud mental, individual o de grupos humanos enteros, pues el hombre es un animal social por excelencia. Salvo casos excepcionales, no sabe vivir aislado; lo hace por obligación o por necesidad, como ahora, y la de ahora es una necesidad de protección social. Entonces inventa actividades de solitario para contener la ansiedad por verse convertido en un ser aislado. Pero sólo funcionan un tiempo, para algunos las reservas económicas se agotan y “hay que salir”; el precio de no hacerlo, en términos de salud mental, es la depresión grave, que es contagiosa, quizá más que el COVID-19.

Las preguntas a contestar cada uno son: ¿Qué tanta fortaleza de espíritu tengo para resistir hasta el final del encierro, que nadie sabe cuándo será? ¿Qué capacidad de inventiva tengo para echar a andar actividades personales, de pareja o familiares que impidan la depresión? Habrá que contestarlas pronto, pues después será tarde.

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