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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 8 de marzo de 2021

LA MITOLOGÍA DE LA MÚSICA 1. DEL PODER DE LA MÚSICA.

Jubal, nieto de Caín,
fundador de la música según Moisés.

 


Dijo Moisés que el inventor de la música había sido Jubal, nieto de Caín y por lo tanto bisnieto de Adán. Es considerado el padre de la música y las canciones de la lengua, haciendo uso del arpa y la flauta.

Esto es mitológico.







Los griegos dicen que Pitágoras fundó sus orígenes en el sonido de los martillos, el tañido de cuerdas extendidas y de campanas. 







Orfeo no sólo dominaba a las bestias salvajes con su arte, sino que también conmovía a las piedras y a los bosques con la modulación de su canto.

          



Las hazañas sobrehumanas de dioses, demonios y héroes llenan la mayor parte de las mitologías del mundo. El denominador común parece ser nuestra necesidad de explicar lo que no se puede entender de inmediato sobre la base de la experiencia diaria.

La música, como mito, ofrece algunas características únicas. Los elementos míticos ligan a la persona del músico y su arte en lo abstracto, a diferencia de otros papeles míticos tradicionales, como el del médico o el sacerdote, donde el centro está en la mística y el carisma personal.

 El mito de la música se construye alrededor de una curiosa dicotomía antitética: poder y transitoriedad. La música tiene el poder de crear el universo, curar a los enfermos y resucitar a los muertos; pero es tan frágil y perecedera que se está en peligro de perderla y sólo poderla conservar en la memoria.

Josué destruye los muros de Jericó con soplidos de sus trompetas

Las leyendas acerca del poder mágico de la música son tan viejas como la literatura; Orfeo es capaz de domesticar a las fieras salvajes y desenraizar a los árboles con su lira; Josué destruye los muros de Jericó con soplidos de sus trompetas. 

Anfión, de la mitología griega más antigua





Anfión construye las paredes de piedra de Tebas con su canto. Acompañado de su lira, cantando llamaba a las piedras. Estas se levantaban, trepaban solas y se colocaban en donde les correspondía en la pared en construcción.


David cura con su arpa la enfermedad mental de Saúl. 

       

La antigua tradición médica sostenía que la salud era el resultado de la combinación adecuada de los cuatro humores (sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla). Cuando estos fluidos corporales estaban desequilibrados, el resultado era la enfermedad. Así como los preparados farmacéuticos podían ayudar a recuperar el equilibrio corporal, la música podía influir sobre la proporción de los humores para recobrar el estado deseado de la mente y el cuerpo.





David cura a Saúl con el arte de su lira.


Un tema intrigante aparece en toda la literatura: la música puede penetrar en el cuerpo. El filósofo italiano del siglo XV, Marcilio Ficino, nos dejó dicho:

 “El sonido musical transporta, como si estuviera animado, las emociones y los pensamientos del alma del cantante o el intérprete, a las almas de los oyentes.”




El apareamiento de la música y la muerte es consecuencia natural de lo antes dicho. La muerte por la música no es trágica ni penosa, sino que es un estado de rapto simbolizado por la antigua fábula de la canción del cisne:

 “El cisne de plata, que vivo no tenía notas,
cuando la muerte se acercó a su silente garganta,
reclinó su pecho sobre los juncos de la orilla
y así cantó por primera y última vez y ya no cantó más;
Adiós, alegrías todas; oh, muerte, ven a cerrar mis ojos,
más gansos que cisnes viven ahora, más tontos que sabios.”

Y en la brillante conclusión de su oda a Santa Cecilia, compuesta en 1687, John Dryden pide la disolución final del universo en respuesta al llamado de la trompeta:

“Como si fuera desde el poder de los estratos sagrados
Las esferas comenzaron a moverse
Y cantaron las alabanzas del gran Creador
A toda la Buenaventura de los cielos;
Y cuando la última y terrible hora
Devore a este ruinoso decorado
Se oirá la trompeta en lo alto,
Los muertos vivirán, los vivos morirán
y la Música desordenará a los cielos.”