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Tirso de Molina (seudónimo de Gabriel Téllez) (1579 - 1648) |
Ya he dicho aquí que la larguísima cuarentena por el CoViD-19, mi esposa y yo, pareja de personas mayores, la hemos guardado muy rigurosamente. Nuestras salidas fuera de casa se cuentan con los dedos de las manos en el año y más que llevamos de encierro. Lo hemos sobrellevado bien porque hemos creado actividades de recreación en casa, particularmente lectura en voz alta, escuchar música clásica grabada y ver óperas favoritas en grabaciones espléndidas. Recientemente vimos una versión estupenda del Don Giovanni de Mozart, que es una de las muchas recreaciones teatrales del mito de Don Juan. Se me ha ocurrido entonces recrear tal mito en dos entradas sucesivas de este blog.
El mito de Don Juan es reciente. Se configuró como tal en la primera mitad del siglo XVII a partir de la publicación de la obra teatral de Tirso de Molina que lleva por nombre El burlador de Sevilla o El convidado de piedra (1630). El personaje es antiguo y fácil de encontrar en Grecia y en la Roma precristiana. El Ars amandi de Ovidio (43 AC- 17 DC) es el primer manual, el más cínico y el más perfecto del amor donjuanesco, y el mismo Ovidio fue un donjuan, con todas sus glorias y sus miserias.
La Iglesia española estaba saliendo apenas de la gran herejía de los “alumbrados”, que mezclaba excesos de arrebato místico y de erotismo y que invadió iglesias y conventos de toda la península ibérica.
“La desvergüenza en España se ha hecho caballería” afirmaba Aminta, una de las engañadas por “el burlador de Sevilla” y eso se aplicaba a la burocracia y a la sociedad civil. Las escalas de conventos y los raptos de novicias con hábito eran el pan nuestro de cada día, pues además, la mitad de las mujeres jóvenes de posición estaban enclaustradas. Legendarios fueron los amoríos del rey Felipe IV (un donjuan muy avanzado) y Sor Margarita de la Cruz, del convento de San Plácido, amores en los que participaban la abadesa, las dueñas y los Catalinones o los Ciuttis cortesanos, como en el teatro.
Don Juan de Tassis y Peralta
(1582 - 1622)
Estos personajes de la vida diaria de la capital ya habían inspirado piezas dramáticas que los pintaban: Leucinio de El infamador de Juan de la Cueva y Leonidio de La fianza satisfecha de Lope de Vega son donjuanes verdaderamente espeluznantes. Pero el modelo príncipe para la pieza de Tirso de Molina fue Don Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana, hermoso varón, elegante y arrogante, dramaturgo y poeta adorado de las mujeres, gran alanceador de toros y mejor espadachín, atropellador de todas las honras femeninas que se le ocurrieron o atravesaron y cuya osadía de ostentación llegó al colmo cuando en un torneo de toros salió a la plaza con una divisa en su lanza que decía: “Son mis amores reales”.
El rey Felipe IV no permitió que alguno saqueara su serrallo, ya fuera robando a la reina Isabel de Borbón, como sostenía la opinión popular, o a Doña Francisca de Tavara, bella portuguesa de la corte y amante del rey, como sostiene Marañón. Pero las dos eran “amores reales”. Don Juan de Tassis fue asesinado de un tiro de ballesta una noche oscura en una calle de Madrid y la décima que lo recuerda, atribuida a Góngora, a Quevedo y a Lope de Vega, comienza así:
Mentidero de
Madrid,
Decidme, ¿quién mató
al conde?
Y termina afirmando:
La verdad del
caso ha sido
Que el matador fue Bellido
Y el impulso soberano.
Parece ser que este
fue el Don Juan que el abate Tirso de Molina inmortalizó. No es un seductor,
pues aunque las mujeres se le quieren entregar, prefiere tomarlas por atropello
y con engaños, procurando ofenderlas y lastimar lo más a los deudos, padres,
maridos, novios o hermanos; y si en ese camino los hiere o los mata, es para su
mayor gloria, que publica a los cuatro vientos. Pero en veces prefiere no
matarlos, para que sean ellos mismos los que canten su ofensa. No es un
inmoral, pues no hay reproche que lo afecte ni remordimiento que lo aborde; no
hay norma para él, aunque cree en el Dios cristiano; su conducta no es inmoral,
es inconsciente, es amoral. Pero lo que hizo de Don Juan un mito fue el añadido
del personaje capaz de convocar y hablar con los muertos, hacerlos salir de sus
sepulturas e invitarlos a comer, tratarlos como a los vivos y desafiar en ellos
a Dios, aunque en ello le vaya la vida, la cual tampoco tiene en mucho aprecio,
pues siempre vive al día.
Tiene un sirviente fiel pero retobado, que desaprueba sus atropellos pero los desembaraza y en el que muchos autores han querido ver una conciencia popular tan clara como débil.
Es Don Juan el personaje que las mujeres adoran, los hombres envidian, los muertos temen y Dios respeta, porque Don Juan es capaz de negarse, consciente y por voluntad, a la salvación.
El burlador de
Sevilla ha sido la inspiración de decenas de otras piezas de teatro y de
óperas. Pushkin, Zorrilla, Molière y Mozart, y con este Da Ponte y Casanova,
han plantado, entre otros muchos, sus picas en la arena del drama de Don Juan. De esto diré en la próxima entrada.