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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 22 de mayo de 2023

MOZART, EL MENSAJERO DE DIOS.

Wolfgang Amadeus Mozart (1756 - 1791)

 










Hoy se me antoja fantasear sobre los méritos “humanos” de Mozart, ya que de los musicales hay muy poco que hablar, pues salvo la respetable opinión de Glenn Gould, todos sentimos que estamos en presencia de aquel que, en el arte, recibió el toque divino.



Toque divino que lo hace nuestro héroe. Nadie más escribió música como él. Y si alguien la hizo distinta o mejor fue porque Mozart había existido. Ese es el tono de los perfectos. Porque Mozart fue perfecto en la música, pero en nada fuera de ella. Surge entonces la pregunta de si ¿acaso hay dos Mozart, el divino y el humano, el genio y el ciudadano común de la Viena josefina?

Cuando por su arte, ciencia o destreza hacemos de un hombre un ídolo, creemos que todo en él es ideal. Pero eso nunca ha ocurrido, y quizá en nadie está tan distante la imagen del artista y la “otra”, como en Mozart. Fue un genio, pero el nunca lo supo, y quizá ello lo descalifique como tal. Y si tratamos de encontrar los códigos éticos que conscientemente regían su conducta, probablemente nos quedemos con las manos y las mentes vacías. Mozart no fue amoral, pero desconocemos los fundamentos de su ética, pues nunca los expresó. Y la ligereza de su conducta nos hace pensar que probablemente el tampoco estuvo consciente de ellos. Nunca se comprometió, ni con su genio, el que, como ya dijimos, desconocía.

Su relación con la madre fue superficial y con el padre fue obligada. De su hermana pronto se despreocupó; y si hacemos caso de la historia del romance y de las cartas con su esposa Constanza, entendemos que poco más le interesó esta que varias de sus alumnas, aunque en la intimidad se llevó muy bien con ella, como probablemente también con las pupilas. Varios de sus hijos murieron chicos, y a los que sobrevivieron, Karl Thomas y Franz Xaver Wolfgang, poco o nada los trató. Nunca tuvo amigos fieles ni pudo servir a un patrón. Sus compañías en el último año de vida rayaban en la delincuencia.

Siempre se declaró buen católico, pero parece ser que sus convicciones no iban más allá de sus palabras. A pesar de que escribió una ópera (Las bodas de Fígaro) que denuncia hechos que solo tres años después de su estreno desencadenarían la Revolución Francesa, Mozart nunca se manifestó por una ideología política o social. En una carta a su padre le dijo que sabía de la muerte, que la esperaba y que era su amiga. De nadie más dijo nunca algo igual. Los masones reclaman su compromiso con ellos, pero fuera de la música que escribió para las celebraciones de la logia, que por otra parte es bellísima, no hay otra evidencia de su interés por la fraternidad. Y hubo quien acusó a los hermanos masones de abandonarlo a la hora de su muerte.

Nadie ha escrito música con tanta facilidad como Mozart. Ello, y el hecho de que era capaz de componer bajo pedido cualquier clase de música, independientemente de su estado de ánimo, hace pensar que tampoco tenía compromiso con su arte. Pero cuando se escuchan los movimientos lentos de casi todos sus conciertos y de algunas sonatas y cuartetos, uno sabe que está frente al mensaje divino. Ahí, y solamente ahí, se encuentran volcados su pensar y su sentir más íntimos. Pero los no iniciados no los entendemos, porque queremos traducirlos a palabras, sin darnos cuenta que son sólo música; de aquella que está más allá de la razón y de la fe.