Hace dos
semanas dije aquí de la música barroca, que constituye el primer período
de esa música que, genéricamente, hemos llamado "clásica". En otro foro y otra ocasión he tratado de la sociología de la música, señalando que, como
producto de la humanidad, cambia con ella. Lo que no sé es si la interacción
se da en los dos sentidos, es decir, si es posible que el arte, además de
reflejar ideas, pueda influir para modificarlas. Pero el hecho es que el arte
se transforma al mismo tiempo que los hombres.
Y así
pasa con la música. Fue barroca durante ciento cincuenta años y después clásica,
cubriendo en ese tiempo lo que en la historia general se llama el Mundo
Moderno, del Renacimiento a la Revolución francesa. Se dio muerte al feudalismo
y se consolidaron las monarquías y los estados europeos. Aparecieron los
cuerpos parlamentarios y aun brotes republicanos y federalistas. Se colonizó
América y se encontraron el Oriente y el Occidente. Al final, al mundo se le
consideraba completo, cerrado, en equilibrio, y se volvió a los ideales
estéticos griegos y latinos, Surgió así el arte neoclásico y la música de ese
tiempo fue la clásica.
De la barroca a ella, el paso fue gradual, y la transición fue la preclásica. Los mejores representantes de este breve intermedio fueron los hijos de Johann Sebastian Bach, Carl Phillipp Emanuuel (1714-1788) y Johann Christian (1735-1782), que ofrecieron al mundo de la música la dinámica, esa facultad de cambiar en un tiempo breve, el ritmo y el volumen de una melodía. Establecieron la forma moderna de la sinfonía, y Carl Phillipp Emanuel escribió la primera de ellas. Los dos influyeron en forma notable y duradera sobre Wolfgang Amadeus Mozart, el máximo exponente de la época clásica y, quizá, de toda la música.
La clásica heredó, ya acrisolados por el tiempo, los elementos de la música y la creó perfecta, entendiendo por esto el justo equilibrio de todos ellos; ritmo, melodía, armonía y dinámica. Ninguno rige a los otros, ninguno es más notable, de ninguno carece esa música.
Los clásicos transformaron el estilo concertante de la música barroca en una forma dialéctica, que mantiene una conversación entre los instrumentos y entre los temas. Esto se logró desarrollando la melodía hasta hacerla de temas complejos, que cual frases inteligentes del idioma hablado, permiten el diálogo. Diálogo que es exuberante en la forma sonata, forma musical la más hermosa que se ha creado, que como el soneto en la poesía, sigue siendo inagotable y hermoso modo de expresión. Creo que esto es la aportación más grande de la época clásica a la música.
Si el
barroco surgió en Venecia, la clásica se dio en Viena como fenómeno urbano
entre 1750 y 1810, más o menos. Franz Joseph Haydn, en su rutinario e inmenso
quehacer musical cortesano, consolidó los modos. No es el padre de la sinfonía,
como se ha dicho, pero sí del cuarteto de cuerdas, invento genial, el más
logrado de los conjuntos de cámara, y donde el artista puede volcar, más que en
ningún otro instrumento o conjunto, su intimidad.
Wolfgang Amadeus Mozart, aquel que en la música recibió el toque divino, aquel que quiso
aprender de Haydn y acabó siendo su maestro, aquel que supo tarde de Bach, pero
lo intuía, aquel que sufrió por el tutelaje de los aristócratas que nunca pudo
romper, aquel que murió escribiendo su Réquiem,
es la cumbre de la clásica. Su obra musical toda, sólo tiene un calificativo:
perfecta.
La
clásica cierra su ciclo con el joven Ludwig van Beethoven, pero Beethoven no
termina con la clásica. Le toca romper con las cadenas de la perfección y abrir
para el mundo el riquísimo tesoro del romanticismo. De ello diré en otra entrada.