Por lo menos veinte siglos ha que el homo sapiens - sapiens sabe qué hay tres variedades de color del vino que consume: rojo, que en México se conoce más como tinto, blanco y rosado; hay blancos que alcanzan un tono verdoso y algún rosado que tiende al naranja. El color depende de la variedad de uva que se use para hacerlo y/o del proceso de vinificación; hay vino blanco que se hace con uvas negras sin hollejo.
En años recientes apareció en Europa, primeramente en España, el vino azul. Hubimos quienes entonces pensamos que el tal vino era producto de un artificio más que de un proceso de vinificación tradicional. Estábamos equivocados, pero no totalmente: el vino azul es vino blanco que en su manufactura se adiciona de pigmentos que lo pintan de azul. El atractivo del vino no es el aroma ni el sabor, es el color; es más para lucir que para gustar.
Como dije, la base del vino azul es vino blanco, mayormente de uva Chardonnay, de piel verde; se obtiene el color azul agregándole antocianina, que es un pigmento natural que se encuentra en diversas frutillas rojas como los arándanos, las moras y en el hollejo de uvas tintas; pero no agregan los jugos de esas frutas, sino la sustancia química extraída de esas frutas y se agrega tanta cuanta sea necesaria para obtener el color azul deseado. Dicen los que dicen que saben, que las antocianinas son antioxidantes y por lo tanto muy benéficas para la salud de quién las consume, incluso reduciendo el riesgo de tumores malignos; esto suena a charlatanería. También se agrega indigocina, pigmento sintético de uso en alimentos para darles color azul.
El vino azul huele y sabe a vino blanco, afrutado, tiene algo más cuerpo que los blancos y es refrescante, por lo que se sugiere como aperitivo y se recomienda servirlo frío. Pero finalmente, el vino azul es una invención mercantil para complacer la excentricidad de quienes buscan impactar los mercados tradicionales y, como ya dije antes, el vino azul es más para lucir que para gustar.