Se está cerrando un gran ciclo de mi vida y se ha cerrado el de mi amada cava de vinos. Después de cincuenta y un años se cierra el gran ciclo de Morelia.
Después de cuarenta y seis años recién se cerró el ciclo vital de mi cava, no vive más. Sus más de doscientos espacios, que días hubieron en que ocupados estaban todos, hoy están vacíos. ¡Que triste asomarse a la cava familiar!
Se dejó vaciar a raíz del enclaustramiento por el CoVid 19 y porque ya nos vamos de esta ciudad; no hay razones malas para dejarla, hay razones buenas para emigrar.
Cuando uno está por dejar una ciudad y una casa, todo se termina en la casa, hasta la comida y la bebida esenciales. Tal cual sucedió uno de estos días; se preparó en casa una ensalada para dos, con lechuga, aguacate y salmón de lata y había que buscar una bebida que le fuera a tal. Tenía que ser un vino.
Fuimos a la cava y encontramos una sola botella sobreviviente, una champaña española, seca, de la añada 1997, veinticinco años hace. Salió, se lavó con suavidad para desempolvarla y, preparadas las ensaladas, la abrimos. Tenía gas, era burbujeante, poco picosa al paladar pero sabrosa, sabrosísima, espumante y deliciosa; dignísima compañera para comer ensalada de salmón y así la disfrutamos. Valió la pena esperar un cuarto de siglo para descorcharla. Digno final de la vida de una cava hermosa y generosa.
Digno final, un sublime canto del cisne, que cuando va a morir, entona su canto mejor.