... o sea, ¿cuanto puedo beber de cada vino sin emborracharme?
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La gradación alcohólica de un vino es mucho más que un simple número impreso en una etiqueta.
Los grados de alcohol que contiene juegan un papel crucial en la
experiencia sensorial que ofrece cada copa.
La gradación alcohólica, que en general se expresa en porcentaje de alcohol por volumen (% vol.), varía significativamente entre los distintos tipos de
vinos. Mientras la gradación en los vinos blancos suele estar al rededor de los 11 grados, la gradación en los tintos
oscila entre 12 y 15. Algunos vinos "generosos", como el Jerez o el Oporto, pueden
alcanzar hasta 22 grados.
Diversos factores influyen en los grados de alcohol de un
vino. El tipo de uva, las condiciones de la tierra y el clima, son determinantes. En climas cálidos las uvas tienden a desarrollar mayor cantidad de azúcares, lo que puede dar como resultado vinos con mayor gradación
alcohólica.
La fermentación es el meollo del proceso de vinificación, siendo el
tiempo cuando los azúcares se transforman en alcohol, definiendo
así la gradación alcohólica del vino. Este proceso no solo determina la
cantidad de alcohol presente, sino que también influye en el perfil de
sabor y aroma del vino.
Durante la fermentación, las levaduras consumen los azúcares
presentes en el mosto de uva y los convierten en alcohol etílico y bióxido de carbono. Este proceso natural es delicado y
varía en función de la cepa de levadura, la temperatura y la
composición del mosto. La cantidad de azúcar inicial en las uvas es
un indicador clave de la potencial gradación alcohólica del vino.
Por ejemplo, cada 17.5 gramos de azúcar por litro de mosto pueden generar
aproximadamente un 1% de alcohol.
Medir la gradación alcohólica del vino es esencial para garantizar la
calidad y consistencia del producto final. Para eso se usa el refractómetro que permite determinar la
concentración de azúcar en el mosto. Esta medición, realizada durante la maduración de las uvas,
ayuda a predecir la gradación alcohólica potencial del
vino.
La gradación alcohólica no solo determina la fuerza y el calor que se
percibe al beber vino, sino que también juega un papel importante en su perfil de sabor y
aroma.
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La elección de un vino según su gradación alcohólica depende tanto del
gusto personal como de la ocasión. Por ejemplo, un vino blanco afrutado
y refrescante podría ser ideal para un día caluroso, mientras que un vino
tinto de alta gradación puede ser más adecuado para acompañar comidas fuertes o para disfrutar
durante una noche fría. Además, los vinos con menor gradación alcohólica suelen ser preferidos
por aquellos que buscan opciones más ligeras y menos intensas; son los mejores vinos para novicios.