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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 2 de enero de 2023

DEL VINO: ¿CATAR O NO CATAR?, ESE ES EL DILEMA...



Eso de querer ser experto en una materia de la que uno no es profesional es bastante complicado, pero es estimulante y útil para evitar o retrasar el deterioro cognitivo leve que dicen que todos los que tenemos la fortuna de vivir muchos años, tendremos. A mi me ha funcionado, quizá porque he tratado de serlo en varias materias que lo que tienen en común es que en nada se parecen entre sí: la música clásica, el béisbol, la enología, la tauromaquia, la fotografía  y quizá alguna otra de reciente adquisición. Ahora bien, las he adquirido y desarrollado sin la responsabilidad social de hacerlo bien, pero utilizo, para desarrollarme en ellas, el sentido crítico estricto de mi profesión, la medicina, y mis especialidades, la neurocirugía y la neurología. De estas estoy en retiro, pero no las olvido, siguen dando vueltas en mi cabecita.

Todo esto, porque la entrada de hoy es de enología, de vinos, en particular de las características que se aconseja considerar para elegir "el mejor", que todos hemos querido algún día paladear. Pero el mejor vino no existe, porque el vino es una obra de arte y en el arte no hay mejor o peor; hay el que me gusta o el que no o el que me gusta más o menos que otro. Esto ya lo he comentado en varias entradas de este blog, pero lo repito por que la de hoy adquiere un  cierto tono más profesional, más de somelier, que no lo soy. Así pues, adelante.


Los expertos y los que no los somos, cuando gustamos un vino lo hacemos por el placer de hacerlo y nada más, sin ponernos a analizar por que nos gusta o si nos gusta más o menos que otro. Es como cuando vemos a una mujer hermosa y disfrutamos su imagen; no necesitamos disecarla para saber por que nos gusta, simplemente nos gusta.

Pero los somelieres, esos seres extraños que se la pasan diciéndonos con aire doctoral que vino debemos beber, con que alimentos hacerlo y con que modales, andan por todo el mundo civilizado a la usanza occidental ofreciendo sus servicios de cata. Esto significa probar el vino por ti, analizarlo, decirte de sus cualidades y defectos, indicarte con que alimento beberlo y sugerirte un vino “mejor” . Muchos les hacen caso y muchos no, yo entre estos.


Ahora bien, ¿cuáles son las condiciones que busca y analiza un somelier? Ya lo escribí en una entrada antigua, pero ahora lo repito:

Catar un vino es someterlo a nuestros sentidos, en particular la vista, el olfato y el gusto, para determinar su calidad. Se atiene a tres cuestiones básicas:

1.- Análisis visual: color, transparencia, brillo, intensidad, matices del pigmento y formación de burbujas.

2.- Análisis de los aromas: frutales, florales, herbáceos, tostados y especiados, valorando su limpieza, complejidad e intensidad.

3.- Análisis de las sensaciones en la boca: acidez, impresiones dulces, astringencia dada por los taninos, materia y cuerpo, equilibrio, persistencia de los aromas, etcétera.

Yo, como sencillo gustador del vino, nunca he podido reconocer si un vino tiene aroma a frutas rojas o silvestres del bosque, a cítricos o frutas frescas de hueso, a frutas secas o exóticas o si huele a flores, hierbas o minerales. Tampoco he reconocido si un vino huele a miga de pan, galleta, col o legumbres en cocción o remojo; menos aún si sabe a leche, yogurt, mantequilla o queso fresco o curado; tampoco me he encontrado alguno con aroma a yodo, medicina, laca de uñas, acetona, caramelo, plátano, jabón u otras más raras que los catadores profesionales dicen que pueden distinguir: caucho, goma, incienso, fuego, petróleo, humo o alquitrán.

Al descorchar una botella de vino, el vino me huele siempre a vino, con mayor o menor intensidad y con variantes, pero  nunca me he topado con alguno que huela a mango o nuez de Castilla. El sabor lo disfruto en la lengua y en el paladar, siempre me sabe a vino, más o menos fuerte, lo que me dice de su cuerpo, es decir, su solidez o ligereza. Vinos diferentes dejan sabor por más o menos tiempo, lo cual también aprecio. Aquí termina la cata para mí, lo demás es seguirlo disfrutando. ¡Salud!

¡Salud...!, porque el año 2023
sea venturoso para todos.


 

 

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