![]() |
Yo, a los 6 meses de edad. |
Hace tres días, el viernes 21 de junio del 2024, cumplí 87 años de edad y declaro solemnemente que he entrado a la senectud; es decir, tengo tres días de viejo, así como alguna fecha tuve tres días de recién nacido, tres días de joven o tres de adulto. Y ¿cómo sé que tengo esos días de viejo? Porque así me siento y nunca lo había sentido hasta el pasado viernes, cuando cumplí 87 años de vida, 67 de adulto. En un tiempo futuro, de días o algunos años, pocos o muchos, me despediré de todo y de todos, porque como le dijo el filósofo a la tortillera: “No hay más allá”.
Todo este proceso, que salvo contingencias cada vez menos frecuentes, se lleva al cabo presidido y ejecutado por el sistema nervioso, rector de la vida y evolución de la especie humana actual, el Homo sapiens sapiens, el "hombre que sabe y sabe que sabe".
El sistema nervioso es exclusivo del reino animal. Las esponjas, los animales más antiguos en el reino, no tienen neuronas, pero sí una placa externa sensible y capaz de generar respuestas reflejas simples. Es un sistema nervioso primitivo, pero capaz de generar la función de relación, propia del reino y presente en todos sus individuos. La función de relación consiste en la capacidad de recibir señales ajenas al individuo, analizarlas y transformarlas en señales eléctricas y a través de ellas estimular estructuras efectoras de respuesta, de movimiento o de secreción. También es mecanismo de aprendizaje. Eso es todo y nada más, pero también nada menos, lo que hace el sistema nervioso en todas sus especies. Es lo que nos caracteriza a los animales. Parece ser que el Homo sapiens sapiens es el modelo más destacado de la función de relación en nuestro mundo, pero hay investigadores que señalan a las orcas, mamíferos marinos muy grandes, como competidores de la especie humana en la complejidad de sus funciones de relación. Pero es difícil compartir con sociedades animales que viven en las profundidades de los mares fríos de nuestro planeta, aunque últimamente se han vuelto cosmopolitas. Ya veremos como nos va.
Yo ... |
Esa compleja función de experiencia y aprendizaje se inicia en todos los mamíferos desde antes del nacimiento y a partir de que este ocurre, esa función se enriquece, multiplicando y sumando los estímulos propios y externos del recién nacido a los del nuevo mundo exterior, primero y principalmente los que provienen de la madre y después de todo lo que le rodea. En nuestra especie genera conocimientos complejos a velocidades increíbles, él solo combinando con sus experiencias personales y pronto, quizá antes de los tres meses, es un individuo con personalidad e intereses propios que aprende e inventa a velocidades increíbles. Aprende a querer, a dejarse querer, a satisfacer sus necesidades y a pedir que se las satisfagan, así, así y así; hasta que camina y come solo y aprende, por obra y magia de SU sistema nervioso, a ser un niño normal, que ya a nadie admira que haga todo lo que hace.
El aprendizaje y enseñanza, en ese orden, no se detienen, posiblemente hasta la senectud, y ocurre por procesos biológicos. Se pasa por la infancia, más o menos cuando se termina la primaria; sigue la pubertad y adolescencia y primera juventud como hasta los veinte años. Se sigue siendo joven por muchos años, mientras se aprende y se está dispuesto a enseñar y no se cansa uno de esto. Entonces se es siempre joven, juventud que se convertirá en adultez, cuando los procesos de aprendizaje y enseñanza ya no son tan vertiginosos ni obsesivos, pero están siempre presentes en el nuevo ritmo de la vida del adulto.
Hasta que un día, en mi caso después de los ochenta y tantos años, el entusiasmo juvenil existe, el conocimiento a trasmitir no se pierde, pero se van de la memoria conductas que fueron rutinarias muchos años y que si bien no son la ciencia, la técnica o el oficio, son necesarias para la vida diaria y sus rutinas, entre ellas la de enseñar. El conocimiento no se pierde; se pierde parcialmente el sistema de transmitirlo, pero como resultado puede suceder que el entregar del conocimiento se convierta en una tarea desesperante y exhaustiva. Acaba por entregarse, pero puede terminar también con quien la entrega. En ese momento ha entrado uno en la senectud; se es viejo.
Yo, a los 3 días de viejo... |
Todo esto es experiencia personal y nada de ello he leído en texto alguno; por lo tanto es verdadera, por lo menos para mí. Tengo tres días de ser viejo, pero sé que por un buen tiempo puedo seguir ofreciendo algo de lo mucho que tengo; no voy a evadir la obligación moral de compartirlo con quien quiera hacerlo, porque sé que “más queda al rico cuando empobrece que al pobre cuando enriquece”. Soy muy rico de experiencia vital y seguiré compartiendo mi riqueza con quien se deje, hasta que termine mi senectud. Me gustaría que fuera mucho tiempo, pero eso no depende de mí; depende de mi sistema nervioso.
Aquí los espero en ocho días para compartir la siguiente entrada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario