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Soy Rogelio Macías-Sánchez, de tantos años ya, que se me permite no decir cuántos. Soy mexicano y vivo en México país, médico cirujano de profesión, neurocirujano y neurólogo de especialidad. Ahora y por edad, soy neurólogo y neurocirujano en retiro. Soy maestro de mi especialidad en la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y un entusiasta de la difusión de la ciencia a la comunidad. Pero eso no es toda mi vida. Soy un amante fervoroso de la música clásica, actividad que fomento desde mi infancia. La vivo intensamente y procuro compartirla. Soy diletante en vivo y mucho disfruto, de la música grabada, mejor cuando es en compañía de almas gemelas para esto. Finalmente, amo la vida y la disfruto. Parte de ello es comer bien y beber mejor, es decir, moderado pero excelente. De aquí mi afición a los vinos y las cavas. Los conozco, los disfruto y me entusiasma compartir lo que conozco y lo que me gusta. Esta página pretende abrir una comunicación sobre los vinos, la música clásica y la neurología para profanos. Si es socorrida, el mérito será de ustedes. Diciembre de 2022

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lunes, 5 de agosto de 2024

EL MAR y YO… AMORES Y TEMORES.


No es atardecer, es amanecer. ¡Hay esperanza!

El mar es de los seres vivos que más amo en la vida; el mar es de los seres vivos qué más temo en la vida. Tanto nos ha dado y tanto nos puede quitar. 

Son reflexiones que me ocurren en la etapa final de mi vida, sentado de frente al mar, sin vino que me aconseje ni alma que me acompañe; estoy solo de soledad y solamente conmigo, a quien no puedo evitar.

Al mar lo amo por hermoso y su contagiosa vitalidad intemporal; lo temo por agresivo que no reconoce amigos ni cariños, de repente y porque  sí. La vida, en cualquier cósmico espacio en que se dé, lo fue por el agua; cuando a ésta le dé por no estar, tampoco estará la vida.


Playa en el municipio de Alvarado, Veracruz.
Al fondo, de izquierda a derecha, el 
Municipio de Boca del Río y el Puerto de Veracruz

Yo conocí al mar muy cerca de donde ahora escribo, en Villa del Mar, la playa pública más céntrica y popular del Puerto de Veracruz. Tenía yo diez años, me llevó un tío mío que sólo me dijo: “ponte tu trajecito de baño, métete, yo estoy aquí afuera”. Creí que me ahogaba cuando por una ola mayorcita perdí el piso. Un bañista que estaba junto a mí, me empujó hasta donde tuve piso. No me morí entonces, pero siempre me quedó el miedo de estar en el mar. He vuelto muchas veces a él y lo he disfrutado, pero no he perdido el susto de entonces.


En 1961, siendo Pasante de Medicina, hice mi servicio social de pregrado en la pequeña y entonces verdaderamente paradisíaca Isla de Holbox, en el entonces territorio de Quintana Roo. Estuve más de siete meses y me llené de mar todos los días; raras veces entré al mar y varias veces salí a la pesca de tiburones, acompañando en su trabajo a los isleños. Nunca le perdí el respeto al mar;  aprendí a más amarlo, pero más a más respetarlo y temerlo.

Después de esa inolvidable experiencia vital, he vuelto muchas veces al mar en varios continentes y algunos grandes mares de nuestro pequeño y húmedo planeta y cada vez lo disfruto y amo más y más lo respeto. Siempre sé que he de volver a platicar con él y me duele mucho pensar que algún día no pueda hacerlo, como me duele mucho saber que hay lugares de nuestro pequeño planeta donde lo hemos dañado para siempre. El mar es ser vivo y como tal, algún día dejará de serlo, pero no hay razón para lastimarlo ahora y acortar su esperanza de vida, cuando tanto nos da y quiere seguirnos dando.

   

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