Mi esposa y yo, amantes del arte, particularmente de la música, hemos participado en grupos culturales no profesionales; todos han sido buenos y algunos muy exitosos. Ocasionalmente se han dado en nuestra casa, reuniendo a la flor y nata de la cultura local.
En una de ellas estuvo presente el maestro Gerhart Muench, notabilísimo músico alemán, pianista estupendo y compositor prolífico y magnífico. Le tocó vivir y sufrir la Segunda Guerra Mundial en su país de origen. Escapando de la guerra y de la muerte, anduvo por países y ciudades del mundo y terminó viviendo entre nosotros, en Tacámbaro, Michoacán, donde murió en 1988. Desde ahí, fue un músico y pedagogo prolífico. Su esposa, Vera, fue una poetisa estupenda.
Mi esposa y yo pudimos disfrutar de su arte excelso en salas de concierto, en su casa y en la nuestra, donde en ocasión alguna nos lo ofreció.
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Una noche, se dio en casa una reunión más numerosa, donde algunos de los invitados presentaron obra poética.
Una dama empezó a leer la suya y después de tres o cuatro versos, Muench la detuvo y le pidió que le dejara leer el poema. Ella accedió y Muench lo hizo con una musicalidad y sentimiento inolvidables. Muench era un gran músico y poeta.
El soneto es este:
ATARDECER
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