Hace varias semanas estuve en el auditorio de una de las instituciones de educación musical de la Universidad Veracruzana en la ciudad de Xalapa. Fue un concierto lucido con música para clarinetes, uno o varios a la vez, y en ciertas piezas con acompañamiento de violonchelo o piano.
Una pieza para clarinete solo no es atractiva y llega a ser aburrida, pues no puede ofrecer más que melodía, por no poderse dar con un clarinete más de una nota a la vez. La melodía puede ser larga o corta, rápida o lenta, fea o hermosa, pero consiste sólo en una sucesión de notas solas, sin acompañamiento alguno. Pueden sucederse sin interrupción alguna, pero no pueden ser dos simultáneas. Esto sucede con todos los instrumentos de aliento, ya sean maderas (flauta, oboe, clarinete, fagot, saxofón) o metales (corno, trombón, trompeta, tuba). Resulta que la melodía está desnuda, sin algo que la cobije, que la adorne, la matice o la refuerce; sin nada que la haga lucir, sin algo que le dé significado.
Es como si en el lenguaje verbal sólo existieran las letras vocales. Ellas pueden prolongarse, sucederse sin interrupción alguna y hacer una vocalización, pero para nada son capaces de decir algo por si solas; requieren de las consonantes que las maticen y enriquezcan, tanto, que acaban por ser palabras con verdadera belleza y significado. Son los mejores medios de comunicar ideas.
Las consonantes de la música son los sonidos que pueden ser hechos simultáneamente a las notas melódicas, ya sea con el mismo instrumento (piano, cualquier clave o instrumentos de cuerda), o con otro instrumento que acompañe al limitado que sólo puede tocar una nota a la vez. Y así se hace la música desde hace muchos siglos, con melodías que se pueden cantar y armonías que las acompañan, las hacen lucir y les dan significado.
Por otra parte, hace unos días rescaté de mis viejos archivos de música casi olvidada, las grabaciones de un magnífico conjunto de son jarocho, Son de Madera, entre las cuales encontré un par de discos que son verdaderos ejercicios académicos de rasgueo y punteado de sones clásicos, pero que no están cantados. Sucede lo contrario de lo que acabo de decir del clarinete solo; sólo hay armonía, sólo hay cobijo, sólo hay acompañamiento para algo que no existe. Son ejercicios intelectuales, pero sin emotividad, pues no está la parte cantable de la música, la melodía. Es como un lenguaje verbal de sólo consonantes y sin vocales. Es un rico continente, pero sin contenido. Esto no aburre, pero inquieta, pues cuenta nos damos pronto que algo esencial y primigenio le falta a la música. Se acaba por no disfrutarla a cabalidad.
Por
fortuna, la gran mayoría de la música que escuchamos: clásica, popular,
folclórica y comercial, tiene estos dos elementos estructurales, melodía y armonía, y se le
agrega el ritmo, más antiguo que la melodía y la armonía, elemento que comparte
con la poesía. Pero de esto, quizá diremos otro día.
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